Desde hace algún tiempo me venía encontrando con el nombre de Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961) como referente actual de la narrativa breve en España. Sólo una vez ha abandonado este formato, para escribir la novela La pesca con mosca (Tusquets, 2003), y ha publicado ya 14 libros de relatos. El último de ellos es El prisionero de la avenida Lexington, formado por 10 narraciones, ambientadas en la ciudad de Nueva York o alrededores.
Quizás lo primero que llama la atención de este conjunto de relatos sea esa unidad geográfica, que en algún momento de abstracción me hacía pensar en el libro de un cuentista norteamericano traducido y, entonces, no encajaban los diálogos con giros y frases hechas puramente españoles y que no se suelen usar al traducir, expresiones como: “Hablas más que un lorito” (pág. 14), “Den la lata y les abrirán” (pág. 31). Esto que apunto no es ningún demérito del libro, ya que la mayoría de estos cuentos, por su factura, su profundidad psicológica y lo ajustado de sus resortes, bien podrían pasar por los de más de un notable contador de historias norteamericano. Se percibe en ellos, en definitiva, la admiración de Calcedo por D. J. Salinger, Raymond Carver, John Cheever o Tobias Wolff. Es curioso, en todo caso, ese deseo de narrar Nueva York, una ciudad que aparece reflejada más como un escenario mental que realista, unas coordenadas sobre las que dibujar historias universales: la soledad, la falsedad, las relaciones familiares…
Las críticas que había leído en Internet y en prensa sobre este libro eran muy buenas, más de una apuntaba que éste era el mejor libro de Calcedo y lo tomé con grandes expectativas, que quizás quedaron defraudadas (momentáneamente) al leer el primer cuento, Audiencia con el rey Wiko Boo III, acerca de la relación entre una madre y una hija, y que tras acabar el libro me ha parecido el menos logrado de todos. No es que sea un mal relato en absoluto, pero no brilla tanto como lo hacen muchas otras piezas del conjunto. Digamos que tras 14 libros de cuentos Calcedo ha decidido saltarse una de las reglas no escritas que los cuentistas comparten con los músicos: pon la mejor canción o el mejor relato el primero, por si alguien quiere leer uno de muestra, de pie en la librería o en los asientos de la Fnac de Callao (como hago yo), y que esa lectura le decida a comprar tu libro. Aunque quizás, pensé más tarde, Calcedo ha querido colocar este cuento el primero como antesala temática del libro: el rey Wiko Boo III no es ningún rey, o si lo es su título no se corresponde con ninguna grandeza. Así como las aspiraciones y la imagen que la madre de este relato quiere transmitir de sí misma sobre los demás tampoco se corresponden con su persona, marcando así la puerta a un mundo formado por seres que aparentan ser otra cosa, como el protagonista del cuento El bailarín, un impostor que se cuela en fiestas a las que no ha sido invitado(en la página 89 podemos leer este diálogo: “-La verdad resta emoción a las cosas / –En eso tienes razón. En la alta política la verdad es un estorbo. La verdad es para los pusilánimes” dialogo que nos transmite el juego literario sobre las verdades y mentiras de los personajes); o personas que sufren por no pertenecer al grupo social-económico adecuado, como le ocurre a David, el niño protagonista del tercer cuento, El gato negro, que “había percibido el menosprecio de algunos compañeros del colegio con chófer” (pág. 49).
El segundo cuento, Suburbio, sobre la soledad de una mujer mayor me conquistó de forma inmediata, y desde aquí me empecé a preguntar por qué ese no era el que abría el libro. Muy conseguido el juego entre la primera y la segunda historia (por seguir el modelo del iceberg del que hablaba Hemingway).
El relato que da título al libro, El prisionero de la avenida Lexington, sobre la soledad de un niño y de un maduro profesor, unidos por un pequeño detalle casual, me ha parecido muy bello.
Liberar París parece, a diferencia del resto, ambientado en una época diferente de la actual, que podría ser la década del 60 ó el 70 del siglo XX, tiempo marcado por la presencia de una máquina de escribir. Un relato sobre el fracaso del sueño de escritor que contagia toda la vida del protagonista y le lleva a su fracaso matrimonial. Éste es prácticamente el único relato que depende de un hecho concreto, de una casualidad o peripecia usada en la narración; mientras que el resto son más relatos de ambiente, que muestran, como hace D. J. Salinger, en sus Nueve cuentos, un momento concreto de la vida de los protagonistas, y del que se desprende una visión más amplia y compleja de ellos (epifanía narrativa).
Me ha gustado mucho el cuento Salvajes de Borneo, donde una joven, contratada para limpiar los restos de una fiesta en casa de unos ricos, consigue al final, imaginar desde fuera cómo puede ser envejecer.
La composición de El árbol se basa en la connotación. Un hombre une su vida y la relación con su hijo a la evolución de un árbol que plantó en una casa que ya no habita. El recurso me ha recordado, aunque con intenciones diferentes, al cuento La balada del álamo carolino de Haroldo Conti.
Me gustaría destacar también el gran trabajo que el autor ha llevado a cabo al elaborar los detalles que perfilan a los personajes secundarios. Salvo quizás la duda inicial que he tenido con el primer cuento, el conjunto es realmente notable, y destacaría de él la sabia utilización de los recursos tradicionales del relato moderno norteamericano, dando luz a vidas aparentemente anodinas, que se transforman en poéticas gracias a la mirada que Calcedo posa sobre ellas.