Primero, sabemos quién es Dios por su Palabra. Al leer la Biblia, tenemos información en cuanto a su carácter, sus principios y sus maneras de actuar. Lamentablemente, las iglesias están llenas de personas que saben mucho de religión, pero poco de fe.
El segundo paso es meditar en la Biblia, pensando en las palabras del Señor y permitiendo que el Espíritu Santo las interprete. La única forma de comprender correctamente este texto inspirado por Dios, es con la guía del Espíritu.
Por último, tenemos que poner en práctica lo que aprendemos. Supongamos que usted lee que Dios es nuestro pronto auxilio en las tribulaciones (Sal 46.1). Luego, cuando se presente la tribulación, confiará en que Él le ayudará. Cuando le responda —de la manera que Él sabe que es mejor—, aprenderá que el Señor le ayuda respondiendo a su confianza en Él con una solución a su problema.
Con frecuencia exhorto a los creyentes a leer la Biblia y profundizar en lo que dice. La Sagrada Escritura es un documento vivo que le dirá cómo poner en práctica la fe en la vida cotidiana. Solo después de seguir sus instrucciones podrá ver a Dios de la manera en que es realmente —un Padre que anhela estar en constante comunicación con sus hijos cada día.
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