El privilegio de sentir

Por José María José María Sanz @Iron8832016

De pronto te acuerdas de que tienes una moto. Tienes una Harley-Davidson. No importa que sea de las pequeñas, no importa que solo tenga ochocientos ochenta y tres centímetros cúbicos. Y durante el día sientes que vas rumiando la idea de darte un paseo para poner distancia entre lo que haces y lo que eres, entre lo que quieres y lo que tienes. Y en ese momento pasa lo mismo que sucede cuando vas en coche, cuando te llevan a alguna parte. Vas en el asiento de atrás, te distraes con el horizonte, te distraes con el telefonino, te distraes contigo mismo. Tienes la cabeza en otra parte y pierdes la noción de la marcha y del tiempo. Y entonces el coche pasa por un cambio de rasante que no has advertido debido a tu ausencia. Sientes que el estómago hace un movimiento vertical que de deja con el culo pegado al asiento.

Algo parecido es lo que pasa cuando te acuerdas de que tienes una moto, una Harley-Davidson. Te da un vuelco el cuerpo y te pone en vanguardia de ilusión, porque la ilusión se despierta de vez en cuando, varias veces al día. La ilusión se despierta cuando te levantas y todavía es de noche, y zascandileas por la casa y ves que todas respiran. La ilusión se despierta cuando abres el ordenador en busca de las últimas novedades. Se despierta cuando descubres o recuerdas lo que tienes para ese día. Y de despierta cuando eres consciente de que tus sueños avanzan y se van instalando en tu presente. Y sientes la ilusión de lo nuevo, de lo viejo y de lo que está por venir.

Caminas hacia el aparcamiento, tocas el hierro frío, te disfrazas de lagarterana y arrancas a la bestia una sonrisa desacompasada que llena el cuerpo y lo embriaga de ilusión. Sales al frío del otoño y el sol toca con delicadeza el brillo negro del depósito mate. Los pies firmes y los puños agarrados. Los guantes echan humo y las ruedas todavía no han empezado a patinar. Y te lanzas por ahí a comer kilómetros, a comer curvas, a beber el paisaje detalladamente, y sonríes al viento como si todo fuera tuyo, como si fueras el señor de todo lo que ilumina el sol. Y de nuevo caes en la cuenta de tu privilegio: el privilegio de sentir.