El problema del Kirchnerismo no es moral

Por Andi

La tranquilidad espiritual de aquel que acude a una marcha motu proprio para reclamar lo que considera legítimo, la libertad interior de obrar a conciencia, la paz que trae el saberse ciudadano y en suma, la satisfacción personal tras haber dispuesto de tiempo y esfuerzo para manifestar una idea, una petición o exhibir una simple indignación no tiene parangón alguno con el humillante episodio consistente en acudir a un evento extorsionado por un plan social, una prebenda asistencial o un ascenso burocrático, al solo efecto de aplaudir mecánicamente a oradores millonarios que discursean en nombre de la "causa nacional y popular".

El clima, el estilo, el respeto, la afabilidad y el talante que se pudo percibir en las millones de personas que asistieron el 8N a las más diversas plazas en todo el mundo sin otra motivación que su legítima convicción personal confirmaron, una vez más, la inconmensurable superioridad moral de la civilización antikirchnerista respecto de las masas clientelares del oficialismo, las cuales son alquiladas y conducidas por aquellos turbios aparatos estatales que manejan los acaudalados funcionarios que bregan por mantener y perpetuar sus privilegios rentísticos y políticos.

Pero la señalada diferenciación medular entre un público y otro no es novedad. Esta asimetría sociológica siempre ha sido así de incontrovertible y jamás le causó al kirchnerismo problema de conciencia alguno. Al contrario, jugar con las cartas marcadas no solo no avergüenza al oficialismo sino que el manejo de la trampa y la estafa siempre le ha facilitado las cosas.

El dilema moral es un asunto ajeno y extraño para los inmorales.

Lo que sí genera un verdadero nivel de preocupación en la Presidente y los filibusteros que la rodean es haber perdido el control de la calle, puesto que el kirchnerismo, como toda maquinaria populista, desde siempre antepuso el poder físico al legal.

Finalmente, el verdadero problema que padece el kirchnerismo no es la superioridad moral de sus adversarios, sino que éstos ahora ostentan además una indisimulable superioridad numérica.