El problema de la lluvia es que es insegura y jamás los meteorólogos dicen/le achuntan si llorevá tupido y parejo durante todo el día o habrá momentos en que caigan unas gotitas ¿Y qué pasa con esto? Pasa que mi único paraguas es gigante, parece quitasol y no lo puedo meter en la mochila cuando no lo ocupo. ¡Hago el ridículo cuando salgo con él en la mañana y a medio día sale el sol!.
También me hago problemas con el paraguas porque soy torpe, no coordino y siempre tengo la motricidad en colapso ¿Cómo voy a llevar la mochila colgando de un hombro, fumando, sacando el pase y todo con el paraguas erecto?. O peor aún ¿Cómo me afirmo en el comodísimo transporte público si no es con la gente? Porque convengamos que llevar el paraguas gigante en la misma mano que la mochila con todo su peso es una proeza de aquellas. Ni hablar de dejar la mochila en el suelo, no es la opción.
Pero igual me gusta la lluvia, eh. El problema del paraguas no tiene que ver con las lágrimas del cielo. Me gusta que llueva porque mi profesora de química en el colegio decía que los estudiantes se ponían “más inquietos con las precipitaciones” y de verdad que lo he comprobado, sobre todo trabajando al lado de la gente de prensa en el canal que son unos loquillos. Y, como por si fuera poco, hoy nos regalaron una botella de Glacéau Vitamin Water de guaraná con vitamina B. Imagínense cómo estamos… pero yo creo que podría ayudarme la reactivación del body-languaje para poder llevar todo lo que llevo y con movilidad reducida porque… la ropa, tú sabes… 4 prendas más guantes.