Tras una de las sesiones en Madrid, para una empresa energética, me quedé hablando con uno de los asistentes. Comentamos lo complicado que resulta el equilibrio en la vida. El dedicarle tiempo e intensidad por igual a la familia, al trabajo, a los amigos y a otras facetas de la vida. Y es cierto. Nadie nos dijo que esto fuera a ser fácil. Nos dijeron que sería ilusionante, apasionante y lleno de aventuras, pero no fácil.
A veces pensamos que esos equilibrios hay que buscarlos en grandes cosas, y no. La vida está hecha de cosas pequeñas y los peligros que acechan a lo que de verdad nos importa no son grandes terremotos sino normalmente pequeñas miserias: un mal gesto, una mala contestación, un descuido en el calendario, un retraso al volver a casa...
Cuentan que un joven científico viajó por primera vez al interior de la selva amazónica. Tras varias horas a bordo de un jeep por intrincados senderos, muchas veces cegados por la maleza, llegó a una pequeña aldea donde iba a pernoctar. Sus moradores le invitaron a cenar cerca del fuego y después le acompañaron a la casa donde iba a dormir.
El joven se asustó al descubrir que la casa tenía las ventanas abiertas y que no tenían protección alguna aunque había alimañas por todas las partes. Se extrañó, pero le dijeron que no debía preocuparse porque su cama estaría rodeada de un tupido mosquitero. A la hora de dormirse lo entendió: en la selva, como en la vida, los peligros más insistentes no son las grandes fieras, sino los pequeños insectos.
No olvides prestarles atención.