El proceso (1925), de franz kafka y de orson welles (1962). la puerta estrecha.

Publicado el 22 marzo 2021 por Miguelmalaga

Si nos asomamos a los Diarios de Kafka en la época en la que estaba escribiendo El proceso - la segunda mitad del año 1914 - podemos advertir el tortuoso proceso que le hacía avanzar con gran inseguridad en la concepción de esta obra maestra. Porque la angustia de Josef K. es la angustia del propio Kafka, motivada en aquellos días en el escritor por su indecisión matrimonial respecto a Felice Bauer. Aunque desde su misma detención a primera hora de la mañana, sin aviso previo, el personaje proclama su absoluta inocencia, el mero hecho de la obsesión que a partir de entones va a experimentar por el proceso al que está sometido, hacen intuir que existen corrientes subterráneas de culpabilidad en su alma: la misma sensación de culpa que puede sentir cualquiera si indaga con profundidad en sí mismo. La novela ofrece pistas al respecto:

"Finalmente subió la escalera y en sus pensamientos jugaba con el recuerdo de la frase del guardián Willem, según la cual el tribunal es atraído por la culpa, de donde en realidad se deducía que la sala de interrogatorios tenía que hallarse en la escalera que K. había elegido casualmente." 

Lo más curioso del procedimiento judicial extraordinario que se inicia contra Josef K. es que se le insta a seguir haciendo vida normal, celebrándose sus interrogatorios los domingos, con tal de no dificultar el desempeño de su carrera profesional. En realidad, atender a los requerimientos del tribunal supone un angustioso esfuerzo, sobre todo mental, puesto que el funcionamiento del mismo es oscuro, ya que no pertenece a la justicia ordinaria y sus normas de funcionamiento son oscuras. Quizá lo más sensato sea elaborar un memorial acerca de la propia existencia con destino al Tribunal, aunque tampoco es seguro si es mejor encargar ese trabajo a un abogado o hacerlo uno mismo. Lo cierto es que la vida de K. se va convirtiendo paulatinamente en una angustiosa pesadilla en la que hay que aparentar cierta normalidad. Sentirse constantemente señalado debe parecerse mucho a la sensación que describía Orwell en 1984: estar oprimido todo el tiempo por una bota militar que pisotea el propio rostro, aunque también, de una manera ciertamente extraña, el acusado parece despertar los instintos más bajos de las mujeres con las que se va cruzando.

En El proceso es muy importante la arquitectura de los espacios - generalmente oprimentes - por los que se mueve K. Los negociados de tan importante Tribunal se encuentran en buhardillas de casas de uno de los barrios más degradados de la ciudad. Los acusados se reúnen en silencio en una estrecha habitación esperando enterarse de algo concerniente a sus propios casos. Los abogados, que no son reconocidos por el Tribunal, pero su presencia es tolerada por el mismo, cuentan con una sala de reunión que no reúne las mínimas condiciones de habitabilidad. Todo parece organizado para que la existencia de K. se torne más angustiosa día a día y esta característica de la novela es aprovechada perfectamente por Orson Welles a la hora de abordar su adaptación cinematográfica. En pocas ocasiones uno tiene ocasión de contemplar a un genio adaptando a otro genio. Welles se las arregló para darle un toque personal a la narración de Kafka: aquí lo importante, además de enfrentarlo a arquitecturas imposibles, es despersonalizar al personaje, hacerlo sentir alguien insignificante cuya vida se va hundiendo poco a poco de manera absurda, devorado por una culpa que puede ser o no real. En un determinado momento, K. es informado de que la retirada de su acusación es algo casi imposible. A lo más que puede aspirar es a un aplazamiento o una postergación de la misma.

Pero lo más alucinante de la novela es esa narración inserta en la misma, la celebérrima Ante la ley, un cuento, que puede ser leído de forma independiente, sujeto a múltiples interpretaciones, que adopta ante el lector significados que van desde lo religioso hasta lo existencialista. Quizá la única salida de K. era la más sencilla, la de usar la puerta, amplia ya la vez estrecha, que estaba reservada para él en su anhelo de conocer a la auténtica justicia. Pero es casi imposible tomar esa decisión cuando uno se encuentra en estado de permanente angustia e indecisión. Quizá todo sea una gran parábola de nuestra propia existencia: intuimos que hay un camino reservado para nosotros, pero creemos que la puerta que conduce al mismo nos está vedada.