Jaime ha sido uno de esos seres que pasan desapercibidos en su etapa de estudiante, anulados por compañeros con un estilo de vida más rebeldes y a la vez más apetecibles sexualmente para las chicas, aunque ahora es él el que parece ser un imán para sus antiguos objetos de deseo, quizá porque ahora buscan a alguien más tranquilo y responsable. Si bien la vida de Jaime, en un primer vistazo, puede parecer anodina, hay ciertas peculiaridades en ésta bastante curiosas, a la vez que contradictorias. El protagonista es capaz de asumir la paternidad de un hijo que no es suyo y su sentido ético llega hasta el punto de devolver un dinero que quizá nunca será reclamado, pero por otra parte Jaime sufre de vez en cuando conatos de ira que casi siempre logra guardar en su interior, algo que quizá le sirva para actuar con una frialdad poco común cuando se ve enfrentado a circunstancias que no ha buscado, pero que ponen en peligro su vida y la de sus (pocos) seres queridos.
Uno de los mayores aciertos de El protegido es el saber insertar en la novela elementos dispares logrando con ello una historia muy coherente: la cotidianidad de la existencia de un joven que no encuentra la estabilidad vital, el tráfico de drogas, la fina línea que separa la culpabilidad y la inocencia, la ingrata labor de la policía o la adaptación de los inmigrantes económicos a la costa del Sol. En este último aspecto, es importante referirse a Marián, una marroquí adaptada plenamente a las costumbres de occidente, pero que conserva el estigma de sus orígenes. El mismo autor se refiere a ella en una entrevista publicada en El cultural:
"En concreto, me interesa el desarraigo, del que ya me he ocupado en libros anteriores. Y para tratar esto el inmigrante es un sujeto perfecto: no es de aquí pero, al emigrar, tampoco es de allí. En el caso del personaje de Marián, ella es inmigrante, musulmana y mujer; y cometió el error de comportarse en Marruecos como una francesa y aquí, en España, aunque está liberada y va a la universidad, sigue siendo una emigrante."
Entre todos estos acontecimientos, tan anodinos para el lector de periódicos, pero tan insólitos para quien no está acostumbrado a protagonizarlos, se alza la voz interior de Jaime, ese ser cambiante, capaz de adaptarse a las circunstancias y que, a pesar de las mujeres que marcaron su pasado inmediato, parece haberse enamorado por primera vez. Amor y muerte, conceptos difusos y aparentemente antagónicos, se dan cita en una novela de esas que se merece un lugar como la Costa del Sol, donde solo un observador meticuloso de la realidad como Pablo Aranda es capaz de auscultar los hechos cotidianos y dotarlos de un sentido que permanece oculto, de explorar aquellos rincones sórdidos de una ciudad turística como Torremolinos. Una narración ágil en la que - y este es uno de los mejores elogios que pueden hacerse a El protegido - el lector siente la misma angustia que el protagonista en muchos de sus pasajes. Quizá se trate de la mejor publicación de Aranda hasta la fecha. Absolutamente recomendable.