El pseudoperiodismo

Publicado el 22 febrero 2020 por Abel Ros

Después de nueve años juntando letras en los pergaminos de este blog, siento que el esfuerzo ha merecido la pena. Desde siempre, he sido una persona rebelde y crítica con el poder. Con trece años, fui un alumno disruptivo. Un niño problemático, de esos que hablan alto y alteran el gallinero. Tanto que los profesores me expulsaban al pasillo y ninguneaban mi presencia delante de los otros. Nadie, absolutamente nadie, daba un duro por mí. Tras repetir octavo, abandoné los estudios. Me tiré cuatro años sabáticos. Cuatro años donde lo único importante era la manera de borrar los granos de mi cara. Aún así, me gustaba escribir. Recuerdo que enviaba cartas a los periódicos. Cartas llenas de faltas de ortografía, mal redactadas y carentes de interés. Cartas que caían en los precipicios de las papeleras y mermaban mi autoestima. Una autoestima de hormiga en una selva de gusanos.

Tras retomar los estudios, decidí reinventar el personaje que deambulaba por mi vida. Tenía hambre de saber cómo funcionaban los motores del sistema. Tenía la herida abierta de cientos de rechazos laborales. Tanto que estudié tres carreras, entre ellas Sociología y Ciencia Política. Envié curriculums a todos los periódicos habidos y por haber. Me convertí en un mendigo de reconocimiento en la puerta de una Iglesia. Tocado pero no hundido, decidí crear este blog. Decidí tirar a la cuneta las piedras de mi mochila. Necesitaba contar historias, sacar de mis adentros la vocación de periodista. Durante dos años, aprendí a escribir. Aprendí que lo que puedes decir en dos palabras no lo digas en tres. Descubrí que los lectores no son tontos. Averigüé que saben distinguir la esencia de la paja, la verdad de la mentira y la valentía de la cobardía.

Opté por ser el mismo alumno disruptivo de los años de colegio. Y a partir de ahí, comencé a notar las mismas vibraciones. Sentí la soledad de la incomprensión, la indignación de la injusticia y la burla de los envidiosos. Me sentí desnudo ante un mundo de postureo, hipocresía y clientelismo. Aún así, seguí juntando letras. Seguí soñando en convertirme en alguien de renombre. Un sueño que se evaporó tras la publicación de "El Pensamiento Atrapado", mi primer libro. Todo un fracaso editorial. Con el libro, me di cuenta que en la industria de la cultura: "tanto vendes, tanto vales". Cinco años más tarde, tropecé con la misma piedra y publiqué "Desde la Crítica". Lo presenté en el pueblo que me vio nacer. Una presentación austera, con muy pocos en la sala. Noté, una vez más, que era un escritor del montón, un friki de los mentideros callejeros. Hoy, con el manto caído, sigo aquí juntando letras ante un mar embravecido. Un mar donde sobramos los románticos, los desnudos del teatro.

Durante estos años, he comprendido que sin una masa lectora crítica es imposible reinventar el modelo periodístico. Estamos ante una prensa quasitotalitaria. Quasitotalitaria porque cada vez se producen más fusiones editoriales. Y cada fusión implica leones más furiosos y gatos más temerosos. Una democracia con pocos medios, grandes y al unísono, deriva en un modelo pseudoperiodístico. Un modelo que no se ajusta a la realidad sociopolítica. Una realidad que tiende hacia el multipartidismo no puede seguir con un cuarto poder quasitotalitario. Y no puede porque un periodismo polarizado no responde a las necesidades informativas de una demanda lectora, diversa y heterogénea. Por ello hacen falta más medios libres, plurales e independientes. Hacen falta versos sueltos para que el estribillo de las estrofas cambie su sentido. Si no lo hacemos, no nos quedará otra que caminar junto a la oveja. Y ello, queridísimos lectores, es lo que distingue a las autocracias de las verdaderas democracias.