Al PP le ocurre lo mismo que al PSOE, que también ha abandonado sus orígenes ideológicos, sobre todo el liberalismo y la inspiración cristiana, para transformarse en una horda adicta al poder y dispuesta siempre a repartirse el botín del Estado.
Y no hablemos del nacionalismo independentista, podrido por el odio a España, la mentira y una corrupción que, aunque parezca increíble, supera a la ya tremenda de los partidos de ámbito nacional.
La realidad es dura; la falta de principios, el desprecio a la democracia y la ausencia de armaduras ética e ideológica han convertido a la actual clase política española en mercenaria y muchos de sus miembros traicionarían a sus ideas y a sus partidos si otro les ofrece más poder, privilegios y botín.
Esa es la verdadera desgracia de España, un país que carece de una clase política preparada, decente, generosa y capacitada para el liderazgo. Los ciudadanos, desde hace décadas, sospechaban que estaban siendo gobernado por gente sin valor ni mérito, pero ahora la sospecha se ha convertido en certeza y es consciente de que España está en manos de partidos que, por sus delitos acumulados y comportamiento, quizás merezcan ser precintados y disueltos por los tribunales de Justicia.
El PP no sabe qué hacer con un Rajoy quemado y amortizado; el PSOE teme que Sánchez sea otra plaga frívola, igual que lo fue Zapatero; Iglesias, con sus errores de principiante, está conduciendo a Podemos hacia el fracaso y Albert Rivera tiene el problema de que, después de sus apoyos a los socialistas, ya nadie cree en su cacareada vocación regeneradora.
Francisco Rubiales