Una entra en el mundo de las madres redundantes despacito, sin agobios y tomándoselo con calma, por eso de que es nueva en esto y de que, a pesar de haber estado deseando salir de casa, el síndrome de Estocolmo es agudo (y absurdo).
Media jornada, 4 horitas al día y ya, el resto como sea. Porque la compra, la colada, las comidas, los pediatras, las décimas inexplicables y repentinas, siguen ahí como antes pero con menos tiempo.
La primera semana llegaste con la lengua fuera a todas partes, te quedaste sin bodies un día y la lasaña te salió repugnante.
La segunda semana le cogiste el “ritmo” e implicaste al maromen (que se hacía el sueco de maravilla) con lo que, por ley (de la república independiente de tu casa, natürlich), le corresponde.
La tercera semana no se te ocurre otra cosa que aceptar un segundo trabajo (una traducción pequeña) en tu tiempo libre (ejem), que terminaste ayer y por la ya has enviado la factura (preguntándote además, por qué no te llegaban estas cosas cuando no trabajabas (fuera de casa, quieres decir) y planteándote seriamente, a 0,13 céntimos la palabreja, el intrusismo profesional por el morren).
Mientras tanto, has sobrevivido este ritmo 10 días sin marido, colaborado con 2 tartas al Elternbeirat (otra cosa que inexplicablemente te pones a hacer cuando crees no dar más de ti), organizado el primer cumpleaños del monstruo del rizo e incluso te has atrevido a salir de tu polvorienta esquina en la oficina, plantear una promoción y llevarla a buen puerto (también en tu tiempo “libre”).
Y no, no estás tomando drogas (aunque quizás deberías).
Porque para colmo, desde el maldito cambio horario, los niños se acuestan a su hora de siempre, pero empiezan a saltar sobre tus riñones a las 5 de la mañana.
Pero por si a alguien se le pasa por la cabeza considerarte un ente sobrenatural, algo así como a una Überfrau con capa y todo, le digo desde ya que ni de koñen… Tú también te creíste por un momento eso de la omnipresencia y los superpoderes.
Hasta que una tarde te marchaste a comprar al Bioladen de a tomar por saco con los tres polluelen y, pensando en qué color de capa se llevará esta temporada, no te percataste de que el coche te reclamaba gasolina.
Una muestra más de que tú puedes con todo se convirtió en una tarde desastrosa, con maromen llamado al rescate incluido. Al final no hubo ni compra, ni cena macrobiótica ni hay tiempo para hacerlo mañana. En cuanto te interrumpen el ritmo, se te descojonan los esquemas. Y ahora que lo piensas, hoy tenías que haber puesto otra lavadora…