Planté ajos. No muchos, porque son pocas las personas a las que les dedico el dicho de que "el que se pica, ajos come". Pero sí, hay un poco de mala baba por mi parte. Los planté en recuerdo de un gerente y de una jefa de recursos humanos que viven enfadados con el mundo. Así que, a patir de ahora: abono y riego, y que la naturaleza haga su trabajo para que crezcan como dios (con minúscula) manda. Que ya es tener fé.
El abono es orgánico. Y como los tiempos no están para tirar nada, lo hago con posos de café y cáscaras de huevo machacadas. Ambas cosas las dejo secar, le añado el nitrógeno y el calcio a la planta, y listo Calixto. Como cuando de niños nuestra amatxu nos hacía ponches con Quina San Clemente (para todo hace falta intervención divina) y la yema de un huevo batido. Lingotazo de la mezcla y a la cama, que se crece por la noche, decía.
No tengo ni idea de cuánto tiempo tardarán en crecer, porque lo que es salir, lo han hecho rapidito, como con prisa. Vamos, que la tierra ha sido acogedora y se ha puesto a ello. Les he dado unos nombres que no digo, porque luego todo se sabe y se van a dar por aludidos; y más cuando los use para dar sabor y los tire a la basura, que es donde deberían estar ese gerente y esa jefa de recursos humanos.
Aunque, pensandolo de otra manera, quizás no los tire. Una cajita, que sea pequeña, molona, sugerente. Dentro el ajo, ajado y consumido. Habiendo aportado todo su sabor al guiso. Y de presente, el día de San valentín (otra vez la intervención divina) para ambos un regalo de éste que les recuerda y les lleva en el alma. Fin.