“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…“ y aquí comienzan los cambios. Andrés Trapiello ha reescrito el ‘Quijote’, tarea hercúlea y polémica que le destina a ser héroe o hereje. “Ha dejado de entenderlo la mayoría – cuenta el escritor a Javier Rodríguez Marcos -. El que quiera entender el original tiene que leerlo con notas que distraen. He tratado de devolver el ‘Quijote’ al habla de donde salió“. Trapiello ha traducido la gran novela de nuestra literatura al “castellano actual” y ha convertido al caballero loco y a su terrenal escudero en nuestros contemporáneos. No es una adaptación más, sino una edición íntegra – mil páginas en papel biblia – que logra prescindir de las 5.552 notas del ‘Quijote’ de Francisco Rico. Un esfuerzo de 14 años que Trapiello, consciente de su osadía, ocultó incluso a su editor.
“Mi versión son unas muletas para caminar con soltura, que es como se deben leer las novelas“, dice Trapiello. No puedo estar más de acuerdo, aunque añore los ‘duelos y quebrantos‘ que leí hace demasiado tiempo. Estaba en 2.º de B.U.P. y leer el ‘Quijote’ tenía premio: un punto más en la nota del trimestre. Así que me lancé a los dos tomos de la edición en tapa blanda que le había regalado a mi padre un comercial de Planeta, un vendedor de enciclopedias que en el siglo I antes de Internet visitaba los ministerios en busca de padres con más niños que libros. Aquel ‘Quijote’ no era una adaptación, pero no recuerdo si las notas estaban a pie de página o al final. Intuyo que terminé aquel maratón de vallas como si lo importante fuese llegar a la meta, dejando un reguero de notas tiradas por el camino y una larga lista de incógnitas y malentendidos.
En el prólogo a este nuevo ‘Quijote’, Vargas Llosa elogia a Trapiello con una metáfora afortunada. El Nobel compara su labor con la limpieza de los monumentos medievales que emprendió Malraux en la Francia de principios de los sesenta. Descubierta la belleza de las fachadas góticas oculta por la suciedad de los siglos, la polémica por dejar de ver Notre Dame como creíamos que se había visto siempre cesó. Cual cuidadoso restaurador, Trapiello ha rescatado la belleza imperfecta del ‘Quijote’ original. “Cervantes escribe mal muy bien, como hablamos” dice Trapiello a Gemma Nierga y Juanjo Millás, cuando explica cómo ha intentado no traicionar al autor en su laboriosa reescritura, mientras eliminaba palabras muertas, traducía refranes olvidados, sustituía ‘falsos amigos’ (astillero, industria…) y ordenaba sujetos, predicados y complementos. El resultado es una obra destinada a reconciliarnos con nuestro gran clásico, un libro que elimina la distancia que los siglos impusieron entre nosotros y un cuerdo único y genial en su locura.
La versión de Trapiello:
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no hace mucho un hidalgo de los de lanz ya olvidada, escudo antiguo, rocín flaco y galgo corredor. Consumían tres partes de su hacienda una olla con algo más de vaca que carnero, ropa vieja casi todas las noches, huevos con torreznos los sábados, lentejas los viernes y algún palomino de añadidura los domingos. El resto de ella lo concluían un sayo de velarte negro y, para las fiestas, calzas de terciopelo con sus pantuflos a juego, honrándose entre semana con un traje pardo de lo más fino. Tenía en su casa un ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y cuadra que lo mismo ensillaba el rocín que tomaba la posadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Algunos dicen que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna discrepancia entre los autores que escriben de este caso, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración de él no se salga un punto de verdad”.
El original, con las 16 notas del Centro Virtual Cervantes:
“En un lugar de la Mancha2, de cuyo nombre no quiero acordarme3, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor4. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches5, duelos y quebrantos los sábados6, lantejas los viernes7, algún palomino de añadidura los domingos8, consumían las tres partes de su hacienda9. El resto della concluían sayo de velarte10, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo11, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino12. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera13. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años14. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro15, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímilesII se deja entender que se llamaba «Quijana»III, 16. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad”.
‘Don Quijote de la Mancha’. Miguel de Cervantes. Puesto en castellano actual íntegra y fielmente por Andrés Trapiello. Destino. Barcelona, 2015. 1031 páginas, 23,95 euros.
Para Juan Antonio, que se acordó de mí cuando descubrió el nuevo ‘Quijote’.
Pd.: La ilustración que inicia esta entrada es del gran Fernando Vicente y formó parte de la exposición colectiva ‘Lanza en astillero’, que organizó la Junta de Castilla-La Mancha para conmemorar el IV Centenario del ‘Quijote’. No he logrado descubrir quién es el autor de la segunda imagen. La última es un fotograma de la serie que Manuel Gutiérrez Aragón rodó entre 1990 y 1991 para TVE, con Fernando Rey y Alfredo Landa.