Continuamos con el confinamiento en nuestras casas y también seguimos en Academia Cruellas desarrollando nuevos temas de filosofía. Hoy empezamos con Ortega. En primer lugar vamos a ver que entendía por filosofía Ortega.
Para Ortega la filosofía no nace por razón de “utilidad”, pero tampoco por capricho. La filosofía es “constitutivamente necesaria al intelecto”, y tiene como nota radical el afán de buscar y capturar la verdad del todo como tal.
Como nos dice Ortega, acaso sería una empresa más sencilla si a ésta le pusiéramos un objetivo más “común”: contentarnos con lo que sin filosofar hallamos ante nosotros. Es decir, contentarnos con lo que tocamos, somos o calculamos. La razón de la filosofía no es sino actitud de rebeldía radical frente a esa pretendida inmediatez de la conciencia ingenua e inmediata que, precismaente, se contenta y hace gala de lo que está ahí en cuanto “patente” y “dado”. Nada más alejado de esta actitud que la filosofía, que toma lo dado de forma problemática puesto que consiste en filosofar en “buscar al mundo su integridad, completarlo en Universo y a la parte construirle en todo donde se aloje y descanse”
Lo “dado” que para otro tipo de conocimiento aparece como suficiente en sí, es considerado por la filosofía, sin embargo, como insuficiente y fragmentario; y, por tanto, ha de remitirlos algo que no es ello mismo. A este “ser fundamental” del mundo es al que, según Ortega, aspira la filosofía.
La filosofía tiene como objeto propio de consideración el ser fundamental del mundo; y éste ofrece dos características radicales: 1) que el ser fundamental pro su esencia misma no es un dato, no es un presente para el conocimiento, sino justo lo que falta a todo presente, y 2) que ese ser fundamental es radicalmente heterogéneo de todo ser intramundano.
Filosofía es, por tanto, “conocimiento del Universo o de todo cuanto hay”. El “filosofar” tiene para Ortega unas notas características:
a) filosofar es plantearse un problema absoluto, es decir, no partir tranquilamente de creencias previas
b) esta situación radical del filósofo le impone a su pensamiento una característica que Ortega denomina imperativo de autonomía. Se trata de un principio “metódico”: la renuncia a apoyarse en nada anterior a la filosofía misma.
junto al anterior principio actuaría otro: el universalismo, el afán intelectual hacia el todo, lo que Ortega llama panautonomía. El filósofo no puede quedar preso del imperativo de autonomía, de espaldas al mundo, sino que tiene que volverse “cara al Universo y conquistarlo, abarcarlo íntegro”.
Junto con el radicalismo del problema absoluto y los imperativos de autonomía y panautonomía hay otra característica del filosofar que no podemos olvidar:
filosofar es un conocimiento teórico, la teoría es un conjunto de conceptos, y en ese sentido estricto consiste en ser contenido mental expresadle e intersubjetivo. Recalcar la teoricidad de la filosofía tiene una finalidad clara y provechosa: así como se ha delimitado el campo de acción entre la filosofía y las otras ciencias, es preciso también delimitarlos del misticismo. Por ello, Ortega hará hincapié en que lo que no se puede decir, lo indecible o inefable no es un concepto; de ahí que un conocimiento consistente en “visión inefable del objeto” podrá ser de todo menos filosofía. Si la “hora” del misticismo está en la noche, en lo nocturno, la “hora” del filósofo sólo podría ser la del “gran mediodía”.