Rajoy no sólo es el primer presidente que se retira de la política de manera ejemplar, sino que ha sido también el primer líder de la derecha española que renuncia a designar a su sucesor como un sátrapa, con su dedo.
Su único error en la operación salida fue que esperó a que lo echaran, cuando pudo haber dimitido antes, al descubrir que su tiempo se había acabado, evitándo a los españoles la presidencia por asalto de Pedro Sánchez y de los miserables antiespañoles y antidemócratas que le sostienen.
Su ejemplar retirada compensa algo su triste balance como presidente, sobre todo sus enormes carencias y su inexplicable renuncia a cambiar España y a limpiarla de indeseables y canallas con sitio en el Estado cuando el pueblo le entregó una lustrosa mayoría absoluta para que lo hiciera.
Terminó su tiempo envuelto en un manto de apatía, cobardía e indolencia que, unido a su debilidad frente a la corrupción de su partido, destrozó su imagen y diezmó las filas de su partido, potenciando lo que hoy padecemos y que parecía imposible: la resurrección del socialismo, una opción decadente y perdedora en Europa por sus muchos fracasos, incapacidades y errores.
Pudo haber pasado a la Historia como el héroe que saneó España y pudo lograr que su partido, una vez limpio y regenerado, gobernara durante décadas, pero sera tratado en los libros como un cobarde, indolente e inepto porque el pueblo le dio mayoría absoluta para limpiar el país y él no quiso coger la escoba. En su mandato es más importante lo que dejó de hacer que lo que hizo y su labor ensombreció el futuro de la derecha española.
Sólo brilló en su retirada y en los asuntos económicos, aunque con matices. Pero su salida del poder ha sido tan modesta y decente que quizás consiga mitigar el juicio que le haga la Historia, que lamentablemente será descorazonador, salvo que, como suele ocurrir en la desgraciada España, sus sucesores sean tan decepcionante y torpes que le superen en miseria, cobardía e ineficacia y terminen convirtiéndolo en una figura.
Francisco Rubiales