The Pearl en Hong Kong, captura de la película Rascacielos
Hace unos días, por fin pude ver El rascacielos. No recuerdo si ya he escrito aquí que -como muchos arquitectos- siempre he disfrutado con las películas de desastres, sobre todo si queda en ruinas algún edificio, por lo que era fácil que esta me gustase, sin embargo, no contaba con la presencia siempre temible de unos niños, que además son totalmente empalagosos, esa terrible herencia que los espectadores le debemos al peligroso Walt Disney y que han repetido muchos otros cineastas, como Spielberg; todo lo demás no está mal, el edificio se quema y se destruye muy bien, hay piruetas completamente imposibles, los malos son muy muy malos y ganan los buenos, que en esta ocasión son casi todos chinos, ya que la fin y al cabo son los coproductores de la película. El rascacielos, creado por Jim Bissell, tiene formas curvas, como si lo hubiera diseñado Zaha Hadid a través de una güija comprada en una tienda -por supuesto, china- de esas que tienen de todo muy barato; según se ha escrito, por ser oriental, querían que se pareciera a un dragón, cuyo vientre es el jardín interior, sus ojos las turbinas helicoidales y la boca el espacio entre los dos "cuerpos" superiores que atrapan a la esfera que hace de perla, también se ha escrito que a uno de esos "cuerpos" le cortaron el extremo para que no tuviera forma fálica, porque parece que hay quienes ven falos en cualquier sitio. Se supone que La perla es el edificio más alto del mundo y recoge todos los tópicos que se han de cumplir para que alguien se atreva a construir este tipo de edificaciones, está controlado por sistemas informáticos, dentro hay un enorme jardín y crea su propia energía gracias a los aerogeneradores antes mencionados, es decir, cumple con la palabra mágica: sostenible. Todo ello como si se estuviera pidiendo disculpas por tener la osadía de hacer algo que ofende tanto a la humanidad por su arrogancia, como a los dioses, quién sabe por qué, recuérdese lo que hicieron con la Torre de Babel y qué hubiera sido de las academias de idiomas sin ese desastre. Realmente lo más interesante, como otro síntoma de la tenue relación actual entre lo real y la representación, es la gran esfera que corona al rascacielos, ya que sus paredes interiores y su suelo funcionan como pantallas, en las que se está reproduciendo a tiempo real lo que sucede en el exterior, es decir, las personas parece que están volando sobre la ciudad. Si antes las torres y los rascacielos eran unos puntos de observación privilegiados, que permitían la visión desde arriba de las poblaciones, ahora esa visión está, como casi todas, mediatizada por las cámaras, de hecho, si existiera el edificio de la película, no haría falta estar en su parte superior para tener esa misma visión en cualquier otra esfera en cualquier parte del planeta, lo que implica que ya no tendría sentido hacer el esfuerzo de subir a la cima de las edificaciones, ni tampoco ir a algún sitio, siempre y cuando se tuviera el dispositivo adecuado en casa.