En esta oportunidad, el ex piloto de avión y cineasta denuncia la complicidad entre la Policía Federal y la Justicia (con una buena manito periodística) a la hora de inventar la culpabilidad del inocente Fernando Carrera como autor de la llamada “masacre de Pompeya“. La película sobresale por la creatividad con la que presenta un caso lleno de contradicciones, omisiones y malas intenciones.
La desarticulación de material televisivo, la reconstrucción de los hechos, el análisis de dictámenes, resoluciones y fallos, la confrontación entre teoría y práctica desembocan en un informe revelador sobre otro crimen de gatillo fácil y sobre el accionar delictivo de dos (¿tres?) instituciones sacrosantas.
La crítica suele acusar a Piñeyro de narcisita por el rol protagónico que se adjudica en sus documentales (no sólo como conductor de la investigación sino como justiciero) y porque hace gala de sus chiches tecnológicos. En ocasiones también lo reduce a una versión criolla de Michael Moore, ocurrencia poco original que le vale una comparación implícita con Jorge Lanata.
Es probable que algunos espectadores hagan suyos los reproches de megalomanía e imitación. El resto preferimos destacar un film cuyas virtudes exceden la cuestión exclusivamente cinematográfica y desmerecen cualquier observación sobre la personalidad del director.
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