No fue la única nube de una tarde soleada. En la segunda parte, y después de dar un gran pase de gol a Bale, Benzema pidió el cambio con molestias en su abductor izquierdo. El Madrid había fracasado en el primer objetivo del partido, no lesionarse. El segundo reto fue conseguido: despedirse de la Liga con victoria.
En partidos como el de ayer, el fútbol se convierte en música de fondo. Agradable para ojear una revista o para perderse en pensamientos diversos. Si lo ubicamos en un estadio, o desde un sofá y ante un televisor, se llama mirar sin ver y no sólo afecta a los espectadores. También los jugadores son víctimas potenciales.
Diríamos que el partido recordó a los que se juegan, también en sábado y a la misma hora, en muchas localidades, reñidas ligas de empresas: Pub Begoña contra Autoescuela Rubi San. Pero mentiríamos. Aquellos son más apasionados. El aficionado al fútbol, el enamorado apenas correspondido, no necesita motivos para arriesgar sus ligamentos en pos de un balón improbable. El profesional, sí. De ahí el fracaso de los amistosos y por eso el escaso interés que generó el choque de ayer. Lo que vimos en el Bernabéu fue un juego sin nada en juego, una tarde en el solarium, toreo de salón.
Hubo excepciones, no obstante. Honrosas, naturalmente. Carvajal, por ejemplo. El canterano demostró que él todavía se juega el Mundial e hizo méritos para no caer de la lista de 30. Recorrió la banda como si tuviera que trillarla. En su afán por participar y dejarse ver, el chico ejerció de 2, de 7 y hasta de 9 en el segundo palo. Semejante entusiasmo, a sólo siete días de la final de Champions, provocó en Ancelotti la única respuesta posible: le sustituyó al descanso.
El caso de Di María es diferente, aunque bien conocido. Después de jugar al fútbol lo que más le gusta es jugar al fútbol. No es que le aburra la vida sedentaria; es que le aburre andar. Su electricidad mantuvo conectado al Madrid hasta el último minuto: el fideo, espléndido, cerró la faena con dos asistencias a Morata.
En el mediocampo, Khedira estuvo más activo que Illarramendi, cuya horizontalidad y parsimonia eran moda en los 90 (Milla, Celades…), pero ahora resultan exasperantes. Más arriba, el talento de Bale disimuló el tedio reinante. El galés aprovechó un regalo de Benzema para abrir el marcador y batir con la derecha a Casilla.
Un doblete de Morata (ocho en Liga) completó la goleada mientras el Espanyol jugaba sus mejores minutos del partido (Sergio García a los mandos), recompensados con un gol de Pizzi. No hubo más o no se recuerda. Lo siguiente, sin embargo, no se olvidará nunca. La Champions, la copa o la vida.