Exhibición de pegada de los de Ancelotti tras un primer tiempo igualado. Marcaron Illarramendi, Bale, Pepe y Morata. El Real sigue enganchado a la Liga.Hasta el gol de Illarra, el partido había discurrido en un equilibrio caótico, sin pausa y sin dominio de nadie, repleto de ataques desordenados. Del desgobierno participaban los asistentes del árbitro, señores Fernández Miranda y Aboy Rivas, incapaces de atinar en los fueras de juego. Por suerte para ellos, ninguno de sus errores terminó en gol. Se lo tendrán que agradecer sobre todo a Diego López, que rechazó un tiro a bocajarro de Vela en una acción mal anulada.
La Real que volvió del descanso no fue la misma. Es posible que estuviera tan desconcertada como Illarramendi, o que hubiera entendido el golpe como una señal del cielo. El caso es que el partido perdió gas y quedó pendiente de alguna genialidad. La firmó Bale. Y también hubo mucho de simbólico en su gol.
Sin Cristiano, el galés estaba llamado a ser el héroe del Madrid en Anoeta. Pero no lo estaba siendo. La sombra que debía cubrir era demasiado alargada. Según pasaban los minutos, sólo le podía rescatar algo tan especial como lo que hizo, un zurdazo magnífico que condenaba desde 30 metros el mal saque del portero, un chutazo preciso y fulminante. Un gol de estrella. De estrella distinta a Cristiano.
Con la Real grogui, Pepe marcó el tercero a la salida de un córner y Morata puso el cuarto al culminar (silbando) un gran envío de Di María, 19 pases de gol esta temporada.
Probablemente, quien más se alegró por el resultado final fue quien menos exteriorizó su alegría: Illarramendi. Después de tantas peripecias, su gol se había quedado antiguo, la luz dejaba de enfocarle y la cuadrilla salía bien librada. La Liga, por cierto, sigue siendo posible.