No obstante, en momentos de angustia, las personas casi nunca recuerdan lo que decimos. De lo que más se acuerdan es que estuvimos allí. Los rostros conocidos brindan una fortaleza indescriptible y consuelan frente a los profundos sentimientos de pérdida que uno experimenta. Este «regalo de la presencia» es algo que todos somos capaces de ofrecer, aunque no sepamos qué decir o nos sintamos incómodos.
Marta y María estaban rodeadas de amigos y dolientes que las consolaban cuando murió su hermano Lázaro (Juan 11:19). Más tarde, Aquel a quien más deseaban ver, Jesús, llegó y lloró con ellas (vv. 33-35). La gente exclamó: «Mirad cómo le amaba» (v. 36).
Ante cualquier clase de pérdida, Cristo siempre nos consuela con su presencia, y nosotros podemos compartir en gran medida su compasión mediante el simple regalo de acompañar con nuestra presencia a los que sufren.
A menudo, el mejor consuelo es estar presente.
(Nuestro Pan Diario)