Sobre las rocas, una masa informe y de apariencia viscosa. Coloración rojo granate, o quizá marrón oscuro. Los rayos del sol incidían directamente sobre aquella extraña criatura, circunstancia que haría variar sin duda el tono de su "piel".
Jamás había visto nada igual. Desconcertado, no lograba "entender" la morfología del animal... ¿Dónde tiene la cabeza? ¿Y las extremidades? ¿Es un pez? Visto desde lejos y en un primer momento llegué a pensar que se trataba de un montón de algas apiñadas o alguna especie de planta marina. Pero lo que en un principio parecía un cuerpo inerte, conservaba todavía cierta movilidad.
Empujado por mi infinita curiosidad, no tardé en realizar varias fotografías con lo único que tenía a mano, mi teléfono móvil. Fotografías que compartí con mis amigos, quienes no dudaron en calificar al bicho de "feo" y "asqueroso". Para mi era un ser verdaderamente atractivo al que estaba deseando poner cara, y nunca mejor dicho... Quería identificarlo.
Pronto se desveló el misterio. A los poco minutos recibo un escueto mensaje: "Es una liebre de mar". A pesar de su nombre, la liebre de mar poco tiene que ver con los orejudos lagomorfos que todos conocemos. Es un molusco gasterópodo, y como tal, está emparentado con caracoles y babosas. Vive en aguas poco profundas, cerca de la costa, y no es raro que aparezcan algunos ejemplares arrastrados por las mareas.
Lejos de su medio, la liebre estaba condenada. Las alas o aletas que le permitían desplazarse dentro del agua resultaban inservibles fuera de ella. Era necesario sacarla de allí. Con cuidado, la cogí con una mano, ayudándome con la otra para arrastrarme y alcanzar así la orilla del mar. Satisfecho, la devolví al lugar del que jamás debió salir. Ahora estaba a salvo.
Con sus alas o aletas plegadas sobre su cuerpo, la liebre estaba
condenada a una muerte lenta pero segura //Manu Sobrino