El antiamericanismo infantil de andar por casa ha llegado hasta las cotas de lo tolerable. En el sentido de que con tal de ir contra todo lo que hace o dice el “imperio” son capaces de apoyar y justificar las realidades más nauseabundas. Hete aquí el caso del régimen sirio de Bashar al-Ásad, que lleva asesinando impunemente desde antes de la guerra a la población civil con el apoyo y la protección de Rusia y que el pasado martes 7 de abril llevó a cabo un ataque químico en la provincia de Idlib con el resultado de 83 muertos y 560 afectados. EEUU recogió el guante y atacó al régimen. Rápidamente saltan los reproches contra el ataque ilegal de los imperialistas estadounidenses. Un crimen sin precedentes. Me pregunto yo qué crimen es peor. O cual es la catadura moral de aquellos que son capaces de soslayar lo que hace el régimen sirio con tal de concentrarse en atacar a quien ha herido al asesino. No es la primera vez. Ni la única. Igual ha pasado con “la madre de todas las bombas” en Afganistán. Los malos son los americanos genocidas que lanzan bombas. Los talibanes y el ISIS pobres víctimas. Por no hablar ya de la Guerra de Irak en 2003, cuando todos los “progres” salieron a la calle a protestar contra una agresión. Una agresión, sí, pero ¿contra quién? ¿Contra un país pacífico? Fue contra la dictadura de Saddam Hussein que, entre otras cosas, había llevado a cabo un genocidio contra los kurdos entre los años 1986 y 1989 en el contexto de la guerra que sostuvo contra Irán.
Lo mismo sucede ahora con Corea del Norte. En su fanatismo, estos sectores son capaces de mostrar incluso simpatía por el régimen norcoreano con tal de no llegar a coincidir con la actitud de EEUU. No entro aquí a valorar las razones que impulsan a los estadounidenses a actuar como lo hacen, las cuales ya conocemos sobradamente. Lo que hago aquí es lanzar el alegato, la reivindicación incluso, de que a estos sistemas criminales se les trate con la dureza que es de recibo. No se trata de entablar guerras o de envolverse en un discurso belicista facilón. Pero lo que sí que está claro es que no debemos de seguir la senda de la política de apaciguamiento criminal para con quienes no son fuente más que de asesinatos en masa, tensión bélica y desestabilización de la paz internacional. Es por eso que el régimen de Corea del Norte ha de ser eliminado. Millones de norcoreanos lo agradecerán. Es hora de plantarse firme ante déspotas de este signo, que se creen que estamos presos del dogma del buenismo paralizante y de que pueden hacer y decir lo que les dé la gana. Esta paralización ha llegado a su fin. Con Kim Jong-un, con Bashar al-Áshad, con el ISIS. Con quien sea. Esto mismo debieron de pensar las potencias occidentales en 1939 cuando llegaron a la conclusión de que con esta gente no se negocia y que ser débil con ellos conduce a que se crezcan cada día más. Mirad dónde están ahora los complacientes de aquella época.
Pablo Gea