Chesterton es un autor único, altamente disfrutable, de particular estilo y desbordante imaginación, disparatado en la forma y contundente en el fondo, de cuyas obras, no muy leídas actualmente en el mundo hispano, se extraen impagables enseñanzas sobre la sociedad, la historia y el ser humano, a través de puntos de vista tan ingeniosos como clarividentes, enmarcados en relatos siempre originales e imaginativos. Idealista y vital, el escritor británico propugnaba el distributismofrente al capitalismo privatizador y al socialismo estatal como garante de la justicia social, haciendo una férrea defensa del hombre corriente y las cuestiones cotidianas desde una perspectiva recogida por su cristianismo militante y preceptos filtra a través de la razón, la historia y la experiencia, sin un ápice de teología en sus inteligentes argumentaciones.
El autor de El regreso de Don Quijotefue un defensor de la sensatez frente a un mundo moderno regido por la locura, pero ante todo un hombre optimista y sencillo, lleno de ingenio: “debido a que yo era una de las pocas personas en un mundo de diablismo que realmente creía en los diablos”. La sagacidad de sus novelas y trabajos periodísticos, sobre todo con esta obra publicada en 1926, nos confirman las sospechas de que la sociedad moderna no ha cambiado en su base desde que comenzara el siglo XX, con las mismas castas, las mismas cuestiones y los mismos problemas, hoy más a flor de piel que de costumbre. Para Chesterton, no solo la razón, sino el arte, la imaginación, el misticismo y la experiencia son las herramientas fundamentales para conocer el mundo. Todo ello lo reflejará de forma magistral en una de las novelas más divertidas del siglo XX.
El regreso de Don Quijote es notable no solo por las cuestiones planteadas, sino por la riqueza de sus personajes, que encarnan de una u otra forma el ideal quijotesco expresado de fondo. Con la premisa de que "loco es aquél que lo ha perdido todo menos la razón", donde la paradoja está en que el hombre que se basa exclusivamente en la razón para conocer el mundo crea ideas irracionales o poco racionales y por lo tanto injusticias a tutiplen, Chesterton nos embarca en un relato único en el que destacan de manera especial dos personajes: Michael Herne, bibliotecario ensimismado en su mundo de experto en la cultura hitita y ajeno a la sociedad moderna, al que convencen para representar el papel de rey medieval Ricardo Corazón de León, y Murrel, un noble disoluto que personifica al moderno Don Quijote y es como el señor Lobo de Tarantino, ya que además de deshacer los enredos del resto de los quijotescos personajes, entre los que se cuenta un sindicalista del eterno sector minero británico –al que el autor encumbra–, dos bellas mujeres y algunos personajes de la aristocracia –a la que no deja bien parada–, representa la quintaesencia del Quijotismo y es el auténtico héroe de la novela. Puede decirse que El regreso de Don Quijotees una novela de ficción sociológica que conecta sorprendentemente con nuestro presente más actual e inmediato, por sus planteamientos, sus conclusiones y su criterio. La reflexión que suscita la lectura por medio de unos valores e ideales basados en la humanidad es bien esclarecedora. Partiendo del bufonesco golpe de estado para instaurar una sociedad medieval emprendido por Herne y apoyado por los aristócratas tras la representación teatral, comienza una historia extraordinaria en la que, para imponer la lógica y el sentido común, se llevan a cabo acciones disparatadas y absurdamente épicas, en un juego de maravillosas paradojas que representan el sello más característico del universo creativo de Chesterton, que en boca de uno de sus personajes sentencia: “La locura puede ser el procedimiento más taxativo para recobrar el sentido del orden moral”Y es que, la locura y la política, entendida como modelo que rige una sociedad, se entremezclan en esta genial novela, en la que la sombra del reciente fallecido poeta Leopoldo María Panero*, loco clínico en su historial médico, pero el más cuerdo de los ciudadanos a través de sus discernimientos sobre la sociedad y el español medio, planea sobre algunas de las aseveraciones arrojadas por medio de distintos caracteres como el de Murrel o Herne, que con su quijotesca pantomima para imponer la justicia medieval ofrece una visión tan actual de la situación que no puede menos que sorprender al lector: “Esta vieja sociedad es al menos veraz. Ustedes, en cambio, viven atrapados en una maraña de mentiras. Y no puedo negar que fuese una sociedad imperfecta o que no estuviese marcada por el dolor. Pero llamaba a la imperfección y al esfuerzo por su propio nombre. Usted acaba de decirlo: esa sociedad la componían déspotas y vasallos. Cierto. Pero no faltan hoy las injusticias o la coacción, y nadie se atreve a hablar de ello en cristiano. Podemos defender cualquier cosa a condición de que la llamemos por otro nombre. Tenemos un rey, pero –que quede claro– no tiene derecho a ser rey)” ¿Hablando ya del poder político y de manipulación de los eufemismos en la década de los 20? Incluso algunas de las frases más particulares de la obra pueden asemejarse a la situación actual de un país como España, tan sumido en todos los productos de una sociedad regida y controlada por el liberalismo más carnívoro, en el que la figura del rey es también otra de las herramientas de control ilegítimas de una sociedad abocada a su ruina colectiva por seguir el perverso juego de los hilos que la mueven. Chesterton promulgaba ya en la Inglaterra de hace un siglo el “control para los políticos, pues es evidente que quienes controla a la población deberían ser controlados a su vez, y un Estado en el que no rigen más principios que las reglas laborales o el miedo a perder un puesto de trabajo, donde el temor supremo es la ley, no puede ofrecer sino una estabilidad y seguridad”. Las palabras del idealista autor hablan hoy por sí mismas y adquieren más sentido que nunca, por lo que El regreso de Do Quijote puede que sea hoy una de las novelas más actuales y potentes que alguien pueda leer. Murrel, también llamado durante la obra “El Mono” por algún extraño motivo, sentencia entre sus páginas: “Políticos: clase de personas que pueden imponer lo que ellos están libres de sufrir” y en su transgresora cruzada ideológica lapida con certeras frases como “Nadie se convierte en un ladrón por tratar con gente de baja estofa. Al contrario, es la afición a la clase alta la que suele hacer a los ladrones” ¿Quién es el loco o quién el ladrón pues? Herne, nos hace salir de esa duda con sus acciones ilógicas para imponer una lógica aplastante pero tan difícil al parecer de ser preclara para el conjunto de la sociedad: “En la Historia, no hay revolución que no sea en el fondo restauración, y una de las notas que caracterizan a la civilización moderna y su devoción del futuro es el temor a la grandeza de nuestros antepasados. El hombre encuentra la vida ahí, entre los muertos, gracias a esos ideales que no se llevaron a cabo y que quedaron inconclusos pero que ya existían en la Edad Media. Mirar las realidades del pasado como un ámbito no adaptable es el gran error de nuestro tiempo. La primera libertad que se ha de defender es la de poder restaurar algo si nos parece mejor de lo que estamos haciendo. La humanidad no ha pasado por la Edad Media sino que se ha retirado de ella “La crítica contenida en El regreso está, en la actualidad, tan viva o incluso más aún que el día de su publicación en 1926, por lo que la reflexión es inevitable y su disfrute ineludible, actuando como un espejo maravilloso que no deja de darnos señales e indicar algunas direcciones que tomar, tanto a modo personal como colectivo: “Cuando se quiere adular al obrero o al campesino se dice de él que un auténtico caballero, lo que es tanto como afirmar que se trata de un legítimo vizconde (…). Tenemos maestros que rehúsan enseñar –lo cual es sintomático de otro tipo de adoctrinamiento– y también doctores de la divinidad que reniegan de lo divino. En suma, nada más que cobardía vergonzosa y vergonzante. Hoy todo prolonga su existencia renegando de existir”Y es en esa reivindicación de la locura para salir de una situación alocada, en los actos quijotescos, en la puesta en marcha del idealismo más épico, donde se encuentra la clave para desenredar la madeja que la guerra dialéctica y los diabólicos tejemanejes del poder político y económico han provocado infectando con sus conceptos de estado a la población, pues no es el loco social, como el que vive detrás del espejo y encuentra un mundo al revés, el contenedor de esa locura, sino quienes practican el pensamiento y la forma de actuar modelo impuesta por el estado y sus dirigentes: “Este hombre está loco y no es de poca monta el peligro que se corre permitiendo que un desequilibrado vea hecha realidad sus sueños. Aunque, también, la locura de un hombre, puede en ocasiones conducir a la cordura de toda una sociedad*” Es la expertocracia, en la que se apoya el Estado y su “Democracia” para imponer a toda la población y a toda una civilización su pensamiento restringido, pues, como bien sabe Chesterton, el político y los poderes fácticos necesitan de su labor para controlar cualquier conato de clarividencia, que inmediatamente será juzgada como locura y tenida en cuenta como dogma de fe para la colectividad atrapada en sus redes: “El tipo humano más peligroso que ha alumbrado la sociedad moderna es el experto. La expertocracia fomenta la esquizofrenia del doble significado de las cosas, por ejemplo, emplea la palabra salud para promover una frenética campaña contra el alcohol al mismo tiempo que fomenta en la misma escala medidas de eugenesia. La expertocracia es el arma fundamental con que la sociedad moderna sabe oprimir a la gente. Participan en su gremio nuevos predicadores y evangelistas científicos. La democracia se convierte así en una nueva forma de explotación”Es por eso que Murrel, en su heroica y épica acción quijotesca, se ve en el deber de desenmascarar a los verdaderos locos en un episodio sublime y espantosamente divertido acaecido en uno de los manicomios del Londres urbano (“No sé dónde va a ir a parar este mundo. Supongo que enviarán a los locos a capturar a los locos, siguiendo el principio de que un ladrón debe atrapar a otro ladrón”). Y es por lo mismo que Herne disecciona penetrantemente con su absurdo quijotismo encarnado en lo medieval, tan lógico que parece absurdo (de nuevo la paradoja), una sociedad podrida y en proceso de enloquecimiento, que, es la sociedad de hace un siglo y, en definitiva, la sociedad en la que hoy nos vemos inmersos, con sus mismos problemas e, incluso, con sus mismos errores:
“Por lo que yo sé de la historia medieval, el error de Don Quijote fue haber cargado contra los molinos cuando a quienes debería haber acometido era a los molineros. El molinero ha sido siempre el primer mesócrata de la historia medieval” © David de Dorian, 2014
(Ilustración: Alessandro Gottardo)