Por un lado, la última película del siempre transgresor Bruce La Bruce; por otro, la fascinante lectura del vampirismo que hace Chan-wook Park. Dos películas inéditas aún en nuestros cines que, si bien no son redondas, sí al menos realizan un acercamiento atípico a la vida de los que no viven.
La segunda parte de Thirst es la más desquiciada, por mor de un personaje que, eso sí, resulta brutalmente salvaje. Aquí Chan-wook Park deja rienda suelta a su especial querencia por la hemoglobina y acaba resultando algo estomagante. Pero contiene dos de las escenas más rotundas visualmente que hemos visto en mucho tiempo dentro del género (la escena de la conversión al vampirismo de uno de los personajes, y el final, de tremenda carga romántica).