Por Francisc Lozano*
¡¿Cómo era posible que el Ejército, una de las instituciones más queridas por los colombianos, se dedicara a secuestrar con engaños a civiles indefensos para asesinarlos a sangre fría y hacerlos pasar por miembros de la guerrilla y otros grupos irregulares, para recibir compensaciones económicas y vacacionales?!
Con esa revelación, Colombia y el mundo temblaron: ¡¿Cómo era posible que el Ejército, una de las instituciones más queridas por los colombianos, se dedicara a secuestrar con engaños a civiles indefensos para asesinarlos a sangre fría y hacerlos pasar por miembros de la guerrilla y otros grupos irregulares, para recibir compensaciones económicas y vacacionales?!
A esos horripilantes crímenes se les denomina popularmente ‘falsos positivos’, pero, como repetía incansablemente Mariela Márquez, “ni son falsos, ni son positivos”. Con las denuncias de esos hechos, algunas capturas y condenas de militares y el ojo de la prensa y la comunidad internacional puesto en el tema, parecía que se trataba de un hecho horrendo pero superado.
No obstante, los noticieros del fin de semana demostraron que no es así. Con el asesinato de Dimar Torres a manos de uno o varios miembros del Ejército, la presunta participación de miembros de las fuerzas militares y de policía en los asesinatos de líderes sociales y de algunos reinsertados de las antiguas Farc, y la visible intención de encubrir el asesinato del exmilitante de la guerrilla por parte del ministro de Defensa, Guillermo Botero, uno no puede dejar de preguntarse si los días más horribles están de regreso.
Diría que me sorprende lo que está ocurriendo en Colombia, pero la verdad es que ya habíamos advertido que era muy probable que cosas como estas ocurrieran nuevamente. Al fin y al cabo, desde la retórica que usó el Centro Democrático para ganar las elecciones, uno ya podía prever qué tipo de gobierno nos iban a dar, y las peores previsiones se están haciendo realidad.
¿Se vendrá una 'Seguridad Democratica' 2.0?