Para Mark Lilla, uno de los intelectuales académicos más influyentes de Estados Unidos, la victoria de Trump no era tan improbable, si nos atenemos a la división social tan profunda que ha atravesado el país en los últimos años. La izquierda se ha hecho demasiado academicista, elitista, y se ha apartado de los problemas reales del americano medio. Es más: se ha acogido a un discurso identitario que se ocupa casi en exclusiva de los problemas de las minorías, una actitud muy loable si no fuera porque muchos ciudadanos se sienten excluidos del mismo, ya que, por ejemplo, en la campaña de Hillary Clinton no se hizo referencia a ellos. Tal y como dice el propio Lilla en una entrevista concedida a ABC:
"Recuerdo la campaña electoral de Hillary Clinton, tan centrada solo en asuntos de minorías, afroamericanos, mujeres, homosexuales, pero sin dirigirse a votantes tradicionales por su nombre, trabajadores de tradición demócrata. Fue como si se le hubiera olvidado que existían y contaban para el partido. Uno de cada cinco votantes se reconoce como cristiano evangélico. No aparecían en películas o anuncios. Los acentos sureños también fueron infrarepresentados."
Es como si la izquierda liberal se sintiera cómoda con cierta clientela y excluyera el diálogo con todos los demás, como si no quisiera buscar un consenso ciudadano que evitara ciertos dogmatismos. Lilla se refiere de manera constante a dos presidencias que marcaron y siguen marcando la política estadounidense: la de Roosevelt, basada en el intervencionismo estatal y la redistribución de la riqueza, después del crash del 29 y la de Reagan, que propugnó el individualismo con una mínima intervención estatal: la creación de riqueza como prioridad a la lucha contra la pobreza. Ninguna presidencia del siglo XX ha sido tan influyente. Ni tan antagónicas. La izquierda no ha sabido o no ha podido poner contrapesos al ultraliberalismo económico que llevó a la crisis del 2008, porque se ha dedicado a otros asuntos:"Se podría pensar que, ante la nueva imagen antipolítica del país, los liberales habrían respondido con una visión imaginativa y esperanzada de lo que compartimos como estadounidenses y de lo que juntos podríamos conseguir. En cambio, se han perdido en la maraña de la política de la identidad y han desarrollado una retórica resentida y fragmentadora de la diferencia para acompañarla. (...) Uno podría pensar que, frente al dogma del individualismo económico radical que normalizaba el negacionismo, los liberales habrían utilizado sus posiciones en nuestras instituciones educativas para enseñar a los jóvenes que comparten un destino con todos sus conciudadanos y tienen deberes hacia ellos. En vez de eso, enseñaron a los alumnos a ser espeleólogos de sus identidades personales y los dejaron sin curiosidad sobre el mundo que estaba fuera de su cabeza."El reto de la izquierda es recuperar el concepto universal de ciudadanía y dejar un poco de lado la defensa específica de ciertos grupos sociales, con sus lamentaciones reales o ficticias, y sus exigencias de reparación histórica. En los campus universitarios, que es de donde han surgido todos estos movimientos, derivados de lo políticamente correcto, cada vez es más difícil un debate libre y sincero sin el riesgo de ofender a quienes están predipuestos a ser ofendidos. Y es que el papel del censor, tradicionalmente ocupado por la derecha, hace tiempo que ha cambiado de bando:"Los identitarios de izquierdas que piensan en sí mismos como criaturas radicales, discutiendo esto y transgrediendo aquello, se han convertido en institutrices protestantes con respecto al idioma inglés, diseccionando cada conversación en busca de locuciones indecorosas y después golpeando en los nudillos a los que las utilizan sin darse cuenta."