El reino blanco, de Luis Alberto de Cuenca

Por Agora
Luis Alberto de Cuenca
El reino blanco

Visor
Madrid, marzo de 2010

El reino blanco es el título de la entrega poética más reciente de Luis Alberto de Cuenca, que él mismo nos introduce: “el título de este libro me lo regaló Marcel Schwod. Consta de noventa poemas escritos entre 2006 y 2009, aunque algunos- muy pocos- son anteriores a 2006”, y que los lectores de Ágora, papeles de arte gramático hemos tenido oportunidad de descubrir ya algunos: Mujeres en ninguna parte, Central termoginética, Recuerdos de infancia o Happy family, que me vengan ahora mismo a la memoria.
Esta entrega poética es, sobre todo, un canto a las mujeres- algo, por cierto, muy común en la obra poética de De Cuenca-, pero además al amor, y a la pasión que ese sentimiento despierta. Está dividido en diez partes, donde el madrileño ha ido colocando los poemas según como los ha escrito (sirva de ejemplo la parte dedicada a los Haikus o a las Seguidillas), el tema (Sueños, Recuerdos) o la entonación, el tono, que ha pretendido darle al poema.

Dedicado a “Alicia, amazona del verano”, antes de entrar el la primera parte, Sueños, nos recuerda que “la muerte es ese desconocido que aparece en las fotografías familiares”, por eso tal vez el libro sea también un canto contra el tiempo de la muerte, a favor de la vida y del verano, un verano que se ha terminado cuando escribo este comentario, pero que tiene más de canícula eterna, permanente, como esa alegoría a la Jerusalén inmortal que Michael Moorcock nos presentaba en su Multiuniverso.

La poesía de Luis Alberto de Cuenca se hace cercana al lector, por su claridad expositiva, por los temas cotidianos que nos presenta- destacable La maltratada: “...Me quedo/ acurrucada en un rincón del dormitorio,/ esperando que vuelvas y sigas arrasando/ con gestos de desprecio, con golpes y con gritos/ aquel campo de amor que cultivamos juntos”- incluso por tratar lo que llaman temas urbanos, por los tebeos que hemos leído, por las canciones que hemos escuchado.

He leído este libro un par de veces, y volveré a hacerlo en un futuro, porque cuando se tiene cierta edad, ya se sabe, más que leer, se relee lo leído, y sé que volveré a encontrarme con esa delicia de la parte titulada “Puertas y paisajes”, y entraré en ella por la Puerta abierta, y me pondré, sin más, a la tarea.Francisco Javier Illán Vivas