el relato

Publicado el 31 enero 2012 por Libretachatarra

J. EDGAR
data: http://www.imdb.com/title/tt1616195
“J. Edgar” recibió palos de la crítica norteamericana. Se acusó a Eastwood de haber lavado la imagen del autoritario jefe del FBI quien resistió casi medio siglo en el cargo, chantajeando a cuanto Presidente ocupara la Casa Blanca. Personalmente, “J. Edgar” me pareció una de las mejores películas de Clint Eastwood, un director con el que venía en beligerancia personal por sus últimos filmes que (decididamente) no me convencieron. Éste llegó a conmoverme. Creo que Eastwood sufrió, en este filme, tomar el punto de vista del personaje. Tanto Eastwood como el guión de Dustin Lance Black quisieron contar el drama de una vida. No estaban escribiendo un libro de historia. Y la crítica no los perdonó.

Cuando J. Edgar Hoover fue nombrado al frente del Bureau of Investigation, el organismo dependiente del Departamento de Justicia de los Estados Unidos era un ente burocrático carcomido por la corrupción. Con amplios poderes, Hoover depuró el organismo, lo profesionalizó e introdujo los avances más novedosos de la reciente ciencia forense. Lo condujo por 48 años, transformándolo en su herramienta personal para perseguir políticos y personalidades a los que enfrentaba en su paranoia anticomunista característica. Hoover utilizó el organismo a su cargo para investigar la vida privada de sus oponentes, incluyendo a todos los presidentes norteamericanos que lo soportaron en el cargo principalmente por el temor de ver difundidos sus secretos más oscuros. Chantajista, racista, homosexual no declarado, Hoover fue un grano en el trasero de un área crítica. Los méritos indudables en la potenciación del FBI como uno de los principales organismos de inteligencia no disimulan su autoritaria política personal, inadmisible en una sociedad liberal.

“J. Edgar” muestra sólo algunas de esas facetas oscuras del personaje. Esconde los rasgos más censurables, atenúa las críticas, compensa con los logros señalados en la constitución de un organismo de inteligencia profesional y capaz. El personaje acepta torcer las reglas pero por un bien superior: el mantenimiento de FBI.
Ésa actitud fue criticada por los medios norteamericanos como una concesión de Clint Eastwood a Hoover. Acá vamos a sostener otra visión. La película empieza con J. Edgar dictándole su biografía (“su verdad”) a uno de los tantos agentes del FBI que tomaron nota de su monólogo transformado en libro. En el final, hay un diálogo entre Edgar y Tolson, su segundo y amante, en el que éste le reprocha que lo que ha contado es una fantasía, repleta de invenciones inexistentes.
Ésa es la clave del filme, en nuestra modesta opinión.

Ni el guión de Dustin Lance Black ni Clint Eastwood pecan de “esconder” las manchas del personaje. Sólo variaron el punto de vista desde donde cuentan la historia. Es el propio J. Edgar Hoover el que nos hace ver su visión de su vida. Su relato, para ponerlo en una palabra de moda. Y esa visión claro que es parcial y autoindulgente. Quienes conocieron la vida y obra de Hoover, sabrán lo errada de esa visión. Sólo en el final, en la acumulación de las inconsistencias, comprendemos el verdadero drama de Hoover: un hombre paranoico, angustiado por su naturaleza homosexual, que ha querido montar una historia heroica que justifique su vida. No lo ha logrado. Nadie le cree el cuento rosa de su vida. Su mayor secreto (su homosexualidad) era conocida por su entorno: Tolson recibie la bandera norteamericana en su sepelio. Ni siquiera ese lado que lo avergonzaba ha podido esconder.

Revelado el mecanismo, el lado desde el que cuenta Eastwood al personaje, es poéticamente trágico. El drama de un hombre alcanza cotas superiores a su trajinar en las bambalinas del poder. El patético Hoover final conmueve, más aún cuando recordamos su poder omnívoro. En el final, nada queda de su tiranía. Sólo el miedo, el profundo miedo que supo cultivar en años y años de represión. El hombre luchó toda su vida para ser fuerte, siguiendo el mandato materno. Fuerte, para ocultar lo que era. Y esa lucha contra uno mismo está condenada, inexorablemente, al fracaso.
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