Había mucho que admirar a mi alrededor; aquella parte del bosque lluvioso aún no había sufrido las consecuencias del paso de los humanos. En un momento dado me pareció ver a través de un claro un estanque de color azul brillante. Al acercarme, cientos de mariposas alzaron el vuelo, dejando al descubierto un charco de excrementos de cerdo salvaje al que habían acudido.
Me encaminé hacia el sur, según indicaba la brújula. Pensé que tarde o temprano llegaría al río o al sendero. A los 20 minutos descubrí un camino que no estaba señalizado. Segundos después oí un crujido. Pensé que sería un cerdo salvaje o un pequeño felino. Iluminé con la linterna la zona de donde parecía proceder el sonido. Era una hembra de orangután. Su rostro me era familiar: pertenecía al grupo que estábamos rehabilitando. Nos miramos el uno al otro y la orangután me extendió la mano. Entonces, me guió hasta el campamento. Como yo, regresaba a casa a pasar la noche.
Testimonio de Agustín Fuentes, Primatólogo.
Vía National Geographic