Director: Robert Aldrich
1973
EEUU
116 min.
Fotografía: Joseph Biroc
Música: Frank DeVol
Guión: Christopher Knopf
Reparto: Lee Marvin, Ernest Borgnine, Keith Carradine, Charles Tyner, Malcolm Atterbury, Simon Oakland, Harry Caesar, Matt Clark, Elisha Cook Jr., Sid Haig
Para amenizar la espera de esa segunda entrega del “Catálogo criminal español” prometida, ahí van dos o tres cosillas alrededor de una de mis películas preferidazas del gran Robert Aldrich en el que considero su mejor momento, la década de los 70, donde acumuló título feroces e insobornables como este mismo El emperador del norte, esa olvidada joya bélica que es Comando en el mar de China (1970), una aportación capital, de cruel lirismo, al resurgir de los filmes de gángsters, La banda de los Grissom (1971), el crudo dirty western La venganza de Ulzana (1972) o la más tardía, crepuscular y definitivamente magistral (y minusvaloradísima), Alerta misiles (1977)
En fin, aquí está El emperador del Norte atravesando América en venas de hierro y polvo, la aventura en sentido primitivo, como si no se hubiera contado nunca:
Si bien es cierto que la entraña aventurera y correosa, abiertamente lírica y libertaria de esta joya de Robert Aldrich pertenece casi por entero (también hay mucho de personal en relación a la propia poética de Robert Aldrich y sus personajes ferozmente individualistas y antisistema) al imaginario espiritual y físico de las historias de Jack London su verdadera inspiración no se encuentra exactamente en el célebre escrito sino en sus alrededores. Pese a partir de un guión original de Christopher Knopf, guionista principalmente televisivo que también aportó el libreto del apreciable western “político” dirigido por Kirk Douglas en 1975, Los justicieros del oeste, y no adaptar de manera literal ninguna obra anterior, si que toda la idea es una reimaginación o una mezcolanza de diferentes fuentes, una secundaria, aunque se le ha dado mayor importancia es la del propio Jack London y su obra autobiográfica The Road, publicada en 1907 y que contaba, en forma de breves relatos, sus experiencias como
Aventurero y hobo (o rambler o tramp) vocacional, cronista desede dentro de una época de singular esplendor, creador del código de los vagabundos y personaje novelesco ejemplo de esa mixtura tan americana situada en algún lugar entre lo ficticio y lo fascinantemente real. Entre su larga obra publicada, un libro sirve (más o menos) de base reconocida para esta película, precisamente From coast to coast with Jack London de 1917.
London, como personaje, no aparece en el film de manera literal, pese a que el joven hobo Cigaret, al cual interpreta estupendamente un desgarbado Keith Carradine, tome algunos de los rasgos externos del London vagabundo, es el compañero inexperto y ansioso al que “la aventura” cambiará definitivamente, pero no ejerce de cronista de la historia y nunca tiene ningún tipo de relevancia intelectual. Cigaret es el aprendiz fallido de A-Nº1, aquel que tiene el valor y el arrojo pero le falta la honestidad, el amor puro por la aventura, sin materialismo, solo el hombre y el camino.
El resultado de semejante duelo, el del hombre contra el hierro, el del camino contra la vía, el del individuo contra el Sistema, está expresado por la ruda dirección de Aldrich mediante la utilización naturalista del espacio abierto, lo telúrico, lo esencial, pero renuente al paisajismo, lo decorativo. Montañas, ríos, cañadas…son otros gigantes equivalentes a Marvin y Borgnine, contemplan la batalla sin participar, ayudan a la transcendencia legendaria (lástima que al nefasta banda sonora del televisivo Frank DeVol sea incapaz de superar la vulgaridad y lanzarse al lirismo épico requerido). El film es abiertamente abstracto, incluso la depresión es un fondo estilizado (cuando se concreta, caso de los paródicos momentos de la humillación al policía o ese bautismo retomado por los Coen para su minusvalorada O Brother!, resulta burda), los personajes son lo que son en este preciso momento, entes rotundos, de una pieza, por eso Cigaret, con su mezquindad humana, su estrechez de miras y su orgullo de pega, es finalmente expulsado del tren por A-Nª1 con una empujen y un discurso inolvidable que se desvanece, poco a poco, en la distancia, como su propio tiempo: es solo un hombre y no pinta nada en el camino de los mitos.