El rellume XIV: “Hierro”, paisajes de pérdida, aislamiento y maternidad.
Publicado el 28 agosto 2011 por Esbilla
HierroDirector: Gabe Ibañez2009España91 min.Fotografía: Alejandro Martínez (c)Música: Zacarías M. de la RivaMontaje: Enric GarcíaGuión: Javier GullónReparto: Elena Anaya, Mar Sodupe, Bea Segura, Kaiet Rodríguez, Andrés Herrera, Miriam Correa, Javier Mejía, Hugo ArbuesHierro aparecía citada en ese artículo inmediatamente anterior sobre Los ojos de Julia publicado originalmente en Ultramundo como una entrada dentro de la concepción más representativa del horror español de los 2000, “(…)una impronta que con el correr de la década (…) se ha hecho distintiva y atractiva (hasta el punto de que un fenómeno como [Rec]. ha conocido remakes y/o exploits en cinematografías extranjeras) en base a una serie de elementos compartido que van desde el descaro para construir un cine que mira orgullosa y frontalmente al público hasta una serie de estilemas formales y conceptuales que se repiten dando una imagen de curiosa homogeneidad (no total, desde luego, pero significativa) que puede rastrearse desde Los sin nombre (Jaume Balagueró, 1999) hasta la presente Los ojos de Julia (Guillem Morales, 2010) y que contaría con características compartidas, tanto industriales, la total seriedad de las propuestas, alérgicas al tono autorreferencial o fácilmente paródico, como dramático-estéticas: localizaciones urbanas, contemporaneidad, historias trágicas, protagonismo femenino, fotografía en tonos grises, azulados y ocres, siempre oscura y con notable presencia de la lluvia y el agua, quizás estos últimos elementos plásticos (y también simbólicos) herencias de la reconocible influencia del horror japonés de los 90 sobre el nuevo fantaterror español. Compartiendo en diferentes dosis estos elementos (nuevamente no unívocos del enfoque sobre el género pero si representativos de una corriente, quizás la principal, del mismo) podríamos encontrar cintas como Darkness (2002) y Frágiles (2005) de Jaume Balagueró, El segundo nombre (2002) dirigida por Paco Plaza (por cierto que el díptico, pronto tríptico, [Rec]. participa de muchas de estas convenciones aunque desde posiciones diferentes en forma y fondo), Nos miran (2002) de Norberto López Amado, aunque esta tenga protagonista masculino (Carmelo Gómez), o Hierro (2009) de Gabe Ibañez.”El presente film bien merece una serie de matizaciones dentro de estas (ciertas) generalidades en virtud de su personalidad, interés y, por que no, generalizada indiferencia con el cual fue injustamente recibido. Al igual que aquella (neo)fundacional Los sin nombre y al igual que las atronadoras Los otros o El orfanato, Hierro es una historia de maternidad, perdida y aislamiento (tres vigas maestras del nuevo horror español). Pero al contrario que la mayoría confronta una trama perfectamente vulgar, asumidamente vulgar se diría, con una tratamiento formal, sensitivo, de penetrante valor atmosférico, de riqueza simbólica secreta, inquietante, y en especial de una valoración del entorno, del paisaje, que la hace destacar no ya entre la producción horrorífica nacional sino en el cine español en su conjunto.Encargo plenamente asumido (y entendido con un sentido de la artesanía que le honra) este primer film de Ibañez sufre de algunos de los males de su anterior etapa como director de anuncios (verdaderamente ciertos momentos parecen arrancados de un spot, puro esteticistas que son), también de un buen puñado de reiteraciones, irregularidades y lugares comunes, a todo lo cual hay que añadir las incontenibles necesidades del debutante por llamar la atención de forma rotunda. Pero no es menos cierto que el director se decide por una formulación plástico/narrativa (y este es un film, nueva rareza en el panorama español, en el cual esos dos planos se funden en uno de manera tan arriesgada como digna de aplauso) lo suficientemente singular como para merecer algo más que el olvido inmediato o el rápido “una más”.Consciente de tratar un material periclitado, una fusión de préstamos/explotaciones entre el terror español arriba especificado y las aportaciones del J-Horror, la excelente Dark Water de Hideo Nakata a la cabeza (pese a la satisfactoria integración de los elementos orientales Ibañez reconoce en una excelente entrevista para la web H-Horror no sentirse influenciado por ellos y reconoce, en cambio, el peso cierto de la imaginería de Andrei Tarkovsky o de David Lynch, notorio en el uso de los espacios vacíos), Ibañez se esfuerza por minimizar este peso reduciendo la historia a la anécdota mediante el laconismo de los diálogos, que oscilan entre lo ausente y lo banal, y la supeditación, o más bien sintetización, de la narrativa y la atmósfera. Vehiculada a través de la poderosa simbología del agua (que vuelve a conectar el film con la tradición nipona del terror fantasmagórico pese a que la película, finalmente no se dilucide en terreno de lo sobrenatural sino en el de la paranoia), pocas veces usada con tanta y tan acertada insistencia en el fantaterror nacional, que aparece en múltiples formas y estados, desde el acuario donde trabaja la protagonista a bañeras, duchas, piscinas, y claro, el mar. Mar en el cual tiene lugar la tragedia y mar que rodea ese lugar sin límites, simultáneamente minúsculo e infinito, que es la isla de El Hierro, paisaje físico y psicológico que ejerce como manifestación elemental de una serie de terrores íntimos o como infierno del cual la heroína no puede (¿no quiere?) salir.Un escenario surreal y poderoso fotografiado en tonalidades negruzcas, azuladas y grisáceas, amenazador e indiferente a un tiempo, tamizado por la percepción alterada del personaje de Elena Anaya, enésima madre doliente (¿puede haber algo de impregnación de ciertos elementos distintivos del fantástico australiano en este unos telúrico y metafísico del paisaje y la naturaleza?). La formidable interpretación de la actriz se adecua con ejemplar anti-divismo al tono circunspecto, grave, del envoltorio, del paisaje y la planificación (a veces atrapada en encuadres cerradísimos, otras aislada en planos generales que la asilan y minimizan frente al implacable paisaje o contra la gelidez de unos espacios modernos de raro extrañamiento).Atmosférica y sensitiva, melancólica y desesperanzada, cadenciosa y narcótica, una pieza llena de aristas, de difícil catalogación entre lo ya visto y la rara intensidad que demuestra su elaboración visual, abarcando desde unas poderosas secuencias oníricas, hasta un notable empleo del fuera de campo (la desaparición del niño, el desenlace de la pelea en al caravana) o un rigor formal que no es precisamente la norma del cine español (y al cual bien puede unírsele la formidable banda sonora de Zacarías M. de la Riva), pasando, incluso, por detalles de distorsión casi subliminales o una deriva tramposa de paradójica honestidad con el propio discurso del film. Aunque dentro de la trampa que supone el giro final la película no pierde honestidad al haber adoptado ya de mano un punto de vista estricto y no fiable, el de la protagonista: traumatizada, exhausta, dopada… Todo lo cual permite conectar esta estimulante propuesta con la corriente del cuestionamiento de la fiabilidad del punto de vista que viene apareciendo y desapareciendo del cine comercial desde, más o menos, El club de la lucha (David Fincher, 1999).