Hace ya meses desde aquellos asfixiantes 15 días y la ciudad no parece haber cambiado. A ella no paran de llegar refugiados y de extranjeros que abarrotan las calles y que acampan en cualquier rincón. Alrededor de la ciudad ha crecido un gran manto de chabolas y campamentos que se apiñan contra la montaña, en cambio, las tierras de labrado y los pueblos están abandonados. Ningún campesino quiere quedarse en sus casas por miedo a las Bestias del Caos que todavía pululan por Middenland o por miedo a las bandas armadas, que han aumentado considerablemente su número tras el asedio. Son pocas las ciudades que producen alimento y el invierno está al caer. El flujo de mercancías está al borde del colapso, ya que, los precios de los comestibles han subido desmesuradamente y ha crecido el número de los vendedores de baratijas, que afirman tener poderes mágicos o que corresponden a grandes hechiceros.
Aun habiendo frenado a las fuerzas del caos en los muros de Middenheim, la provincia sigue siendo un caos. Aunque los asediados ganaron la batalla y la guerra, los ciudadanos siguen muriendo dentro de las murallas, la guardia de la ciudad no da abasto, parece que los cadáveres nunca se agotan. Tal es la gravedad, que los pregoneros anuncian recompensas por la recogida de los cuerpos y más aún cuando son cuerpos de las Abominaciones del Caos o Flayerkins, que aún siguen colgando en paredes de muros y casas. Al menos las Cuatro Calzadas principales siguen en pie, pero llenos de agujeros y grietas, en las que se agolpan decenas de mendigos. El intenso combate a dejado al descubierto, parte del alcantarillado y ancestrales túneles por los que refugiados, maleantes y bestias se esconden del frío y del sol. La Puerta del Norte sigue derruida y las demás puertas y murallas están llenas de las cicatrices del intenso combate.