Revista Arte
El Renacimiento, iniciado en el llamado Quattrocento italiano (siglo XV) y desarrollado después durante gran parte del siglo XVI, ha sido una de las mejores épocas para el Arte y sus creadores. La belleza de la mujer fue aquí realzada a niveles no vistos desde la antigüedad grecorromana. Para los ojos actuales estas pinturas son todo menos figuras anacrónicas, rubensianas o barrocas, propias del movimiento siguiente, donde la belleza de la mujer se doblegaría a otros criterios, menos clásicos y atractivos.
Es una maravilla hoy observar la imagen 9 (de arriba a abajo y de izquierda a derecha), Retrato de mujer joven, pintado en el temprano año 1485 por el pintor Doménico Ghirlandiano (1449-1494) precursor, junto a Da Vinci y Botticelli, de una revolución en el arte de pintar. La joven del cuadro dispone ya de una mirada moderna, de un rostro perfecto, de un collar adecuado e intemporal y de un cabello equilibrado, bello, sofisticado pero a la vez sencillo. Los cuadros números 7 y 8 son de Sandro Botticelli, ambos titulados Retrato de joven mujer. Estos perfiles femeninos destacan ya el sesgo del semblante de una juventud exultante. La mirada perdida, el peinado exquisito -de una moda floreciente- y el gesto ausente de las modelos no hace ya más que justificar una época reverencial, única y modélica en el Arte.
El lienzo número 6 es también de Botticelli y representa además otra mujer joven cuya modelo ha sido identificada con la hermosa genovesa Simonetta Vespucci (1453-1476). Ésta fue esposa de Marco Vespucci, primo lejano del que fuera famoso explorador y comerciante italiano Américo Vespucci, cartógrafo del Nuevo Mundo y por lo que el continente descubierto por Colón no lleva, injustamente, su nombre; lleva el de aquél: América. La belleza efímera de Simonetta (fallecería de tuberculosis a los 22 años) es aquí del todo evidente; tanto que llegaría a tener por amante al hermano del famoso Lorenzo de Médicis, el Magnífico, gran mecenas que fuese por entonces del Renacimiento florentino más exquisito (imagen número 10).
Las pinturas 4 y 5 son del genial Leonardo da Vinci; las miradas aquí de estas modelos nos sobrecogen y estimulan por igual. Son La Bella Ferroniere, amante del rey de Francia Francisco I, y La Dama y el Armiño, cuya modelo es otra amante, en este caso del duque de Milán, Ludovico Sforza. La imagen del cuadro número 3 es la única donde la modelo mira fíjamente al observador, es una gran obra pictórica del desconocido injustamente Bartolomeo Veneto (1505-1555): Lucrecia Borgia, la infausta hija del papa Alejandro VI.
El lienzo número 2 es del mismo pintor Veneto y representa, sorprendentemente, a una santa: Catalina de Alejandría (siglo III d.C.), una mujer al parecer extraordinaria por su sabiduría y entrega espiritual, dos cosas difícilmente solubles a veces, pero que aquí el pintor supo reflejar, y donde no se elude además la belleza atrayente y nada martirológica de la modelo. Por último -la primera imagen-, otra obra del genial Sandro Botticelli: Retrato de mujer joven, donde la perfección, la belleza de la modelo (basada también en Simonetta Vespucci), el sugerente perfil retratado, su especial tocado y su colgante incluso la hacen, quizás, una de las más valoradas creaciones del magnífico autor florentino. Se ha mantenido que las modelos de sus obras más significativas -como la del Nacimiento de Venus (imagen número 11)- pertenecen todas a un único y sugerente rostro, el de la hermosa Simonetta Vespucci.
Qué curiosa época renacentista, donde la excelsa belleza tanto en el Arte como en la vida se acompasaría -simbólicamente gracias a los Vespucci- con el descubrimiento y la exploración de un nuevo continente, de un Mundo Nuevo. Porque aquel otro mundo, el del Renacimiento -el de la belleza más insigne- tendería a desaparecer poco a poco frente a ese Nuevo Mundo, que pujaría ahora por salir y transformar la vida y la sociedad de los Hombres del siglo XVI. Un mundo más materialista y terrenal y que, al final, acabaría triunfando sobre todo lo que aquellos personajes renacentistas -nacidos en la Italia del siglo XV- entendieron como la única, más completa y maravillosa forma de vivir.
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