El resacón (2ª parte)

Por Tiburciosamsa

Fui a ver “El resacón (2ªparte)” más que nada por añoranza de Bangkok. La añoranza me la hubiera podido guardar, porque quitando unas imágenes de Bangkok durante los títulos de crédito que de verdad retratan un poco la atmósfera de la ciudad, el resto del Bangkok que aparece en la película no es el Bangkok real, sino el que el director se imagina que el público quiere ver. Y acierta, porque hasta a mí me gustó ese Bangkok tan lejano del real.

Las inverosimilitudes de la historia son muchas, pero hace tiempo que dejamos de pedirle a Hollywood que transmitiera algo que se pareciera a la realidad. Ahora nos basta que nos llene dos horas de nuestro tiempo con algún sueño gracioso. “El resacón (2ªparte)” cumple con eso. Es una comedia disparatada y salvaje con algún tinte negro. Uno se imagina lo que hubiera podido ser, rodada por el Hollywood más osado de los 60 y los 70 y con Joe Belushi de protagonista. Zach Galifianakis hace lo que puede por aproximarse a Belushi y aunque no lo consiga, es junto a Ken Jeong lo mejor de la película.



Pero me apetece comentar algunas de las inverosimilitudes que me hicieron flipar:

+ El templo budista. Más que un templo es un resort de cinco estrellas y está atendido por todo un equipo de jardineros. Los templos verdaderos son más sucios y sus jardines se limitan a cuatro árboles mal atendidos. Pero el detalle mejor es que visten a los monjes thailandeses… ¡de monjes pseudotibetanos! Se ve que la túnica azafrán mostrando el hombro no era lo suficientemente fotogénica para el director. Aparte de eso hay un par de chorradas sobre la meditación y el voto de silencio, que tal vez convenza a aquéllos que todo lo que sepan del budismo venga de la vez que se leyeron la contraportada de la edición del “Siddharta” de Hermann Hesse.

+ Dos occidentales se dedican al trapicheo de drogas ayudados por un mono. Lo lamento, pero dos occidentales que quisieran dedicarse al trapicheo de drogas en Bangkok no durarían más que un cubito de hielo en el desierto del Sahara. A los cinco minutos cualquier camello thailandés los habría denunciado por competencia desleal a sus contactos de la policía.

+ ¡Un policía thailandés que habla un inglés bastante decente y con el que uno se puede poner un poco chulo sin que haya consecuencias! Eso no es distorsionar la realidad. Eso es haber creado un personaje de cuento de hadas.

+ Aunque no lo digan, por los paisajes del inicio de la película cabe deducir que el resort donde comienza se encuentra en Krabi, en la costa del mar de Andamán. El guionista, confiando en la ignorancia geográfica del espectador, hace que los protagonistas vayan en lancha rápida desde Bangkok hasta Krabi. Y sin repostar.

Aparte de esas inverosimilitudes, la película tiene unos cuantos clásicos: el que se lo monta con una transexual y no se entera; el bar de niñas; el paseo en canoa por los canales de Bangkok. Para dar más autenticidad, hubieran debido añadir unos cuantos atascos de tráficos, un puñado de centros comerciales y camisas rojas o amarillas manifestándose en alguna avenida de Bangkok.