Mientras tanto, sin embargo, siguen escribiéndose buenas novelas negras, de las negras de verdad, aunque eso sí, perdidas entre el aluvión de las falsamente etiquetadas como negras, relegadas en los estantes por los mucho más rentables económicamente búcaros venecianos. Aún hay escritores que leen la sección de sucesos de los periódicos, (esos animales de papel y tinta hoy casi extinguidos), que se documentan hablando con policías de verdad y delincuentes de verdad, que creen que la honestidad es más importante que la fórmula y que, sin renunciar a entretener a los lectores (ésa es siempre la primera obligación del novelista) no renuncian a reflejar la sociedad de su época (ésa es siempre su segunda obligación), ni a darle al estilo su justa importancia, que es mucha. Es difícil encontrarlos, es cierto, porque son como la proverbial aguja en el proverbial pajar, pero no voy a ponerlo fácil, ni a ganarme enemistades ni acusaciones de favoritismo, diciendo nombres. Cálese el sombrero, pídale prestada la lupa a Sherlock Holmes y salga a la calle a buscarlos. Porque el crimen siempre ha estado en la calle. En el interior de los búcaros venecianos sólo suele haber vacío y alguna que otra telaraña. Eso sí, por fuera quedan la mar de decorativos.
Mientras tanto, sin embargo, siguen escribiéndose buenas novelas negras, de las negras de verdad, aunque eso sí, perdidas entre el aluvión de las falsamente etiquetadas como negras, relegadas en los estantes por los mucho más rentables económicamente búcaros venecianos. Aún hay escritores que leen la sección de sucesos de los periódicos, (esos animales de papel y tinta hoy casi extinguidos), que se documentan hablando con policías de verdad y delincuentes de verdad, que creen que la honestidad es más importante que la fórmula y que, sin renunciar a entretener a los lectores (ésa es siempre la primera obligación del novelista) no renuncian a reflejar la sociedad de su época (ésa es siempre su segunda obligación), ni a darle al estilo su justa importancia, que es mucha. Es difícil encontrarlos, es cierto, porque son como la proverbial aguja en el proverbial pajar, pero no voy a ponerlo fácil, ni a ganarme enemistades ni acusaciones de favoritismo, diciendo nombres. Cálese el sombrero, pídale prestada la lupa a Sherlock Holmes y salga a la calle a buscarlos. Porque el crimen siempre ha estado en la calle. En el interior de los búcaros venecianos sólo suele haber vacío y alguna que otra telaraña. Eso sí, por fuera quedan la mar de decorativos.