Observó el cuadro detenidamente. Ya casi encontraba la razón por la cual esa pintura le molestaba tanto.
El retrato de un hombre que sonreía. ¿Por qué le irritaba?
—¿Señor? Es hora de cerrar.
—Un momento —tornó hacia el guarda del museo.
—Lo siento, señor, puede… —se interrumpió al ver el cuadro—. ¡Qué extraño! Se parece a usted.
Se volvió con rapidez.
—Eso es —susurró.
—¿Señor?
«Soy yo, ése es mi rostro.»
El guarda tiró de su brazo y él ofreció poca resistencia mientras lo alejaban del retrato. Lo miró todo lo que pudo, su propio rostro se carcajeaba.
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