El reverso de las cosas

Por David Porcel

Se puede hacer caso a los guías, y seguir las líneas rectas, o mostrar obediencia a las órdenes y mandatos que desde la infancia nos enjaulan de miradas inquisitivas, o inquisidoras. Se puede atender a lo preestablecido, o a lo que se espera de quien no ha conocido la mendicidad ni los márgenes. Entonces habitamos lo que Bergson llamó el orden geométrico, debidamente colocado, predecible, preciso. Sin embargo, también, podemos abandonar los rieles del camino y aventurarnos hacia el reverso de las cosas, quizá desandando lo caminado, quizá apartándonos de la luz. O andando sobre tejados y ver a dónde conducen los gatos rayados y nocturnos. O doblando la esquina desde aquel callejón que parecía no conducir a ninguna parte. Entonces, y solo cuando abandonamos el orden geométrico, el mundo se abre de una manera nueva, inaudita, como nunca lo había hecho antes, apta para poetas y peregrinos, para descontentos y maleantes. Apta para ser dibujado.

“Me metí por la calle al interior del barrio, un barrio normal de Sofía con casitas bajas que tenían un pequeño jardín al frente y por detrás un patio o jardín más amplio. Gracias a la uniformidad que establece la nieve, una propiedad se fundía con la otra y todas formaban un larguísimo pasadizo blanco cuyo final quedaba fuera de mi vista. Seguramente había un borde, una marca que establecía el límite entre una propiedad y otra, pero como había más de medio metro de nieve en el suelo, los límites se habían borrado y esto me permitió hacer un desplazamiento extraordinario por todos los patios y jardines del barrio. Caminaba alumbrado por la luz de la luna que dotaba a la nieve de un fulgor fantasmal, iba husmeando en las ventanas que daban a los patios, una cocina, un baño, una habitación con escobas y trapeadores, una mesa en la que cenaban dos niños, otra en la que una pareja de ancianos miraba con extrañeza, como si se tratara de una criatura estrafalaria, el aparato de radio que estaba entre los dos, otra en la que un hombre solo bebía un vaso de rakia y otra donde una mujer, también sola, anotaba en una libreta algo que había descubierto en el periódico. La experiencia era ir como avanzando por el reverso de la ciudad. Quizá sea en el reverso de las cosas, de los paisajes, de las personas, donde está la resistencia contra la vida geométrica.” (Mapa secreto del bosque, Jordi Soler)