El párroco decidió convocar tanto a sabios como a religiosos para un encuentro en su casa, a celebrarse el Domingo de Ramos. Había que encontrar una cura para aquella calamidad, y ofrecer consuelo a todos los que estaban padeciendo la epidemia. Tras pronunciar un sermón y concluir las ceremonias religiosas, el párroco ofreció un almuerzo en su casa. Mientras tanto, dos jóvenes hermanos – hijos de una victima de la plaga – decidieron que no iban a esperar por más tiempo: el monstruo había matado a su padre y ellos, por su propia seguridad y por vengase, desenterrarían a aquel azote y lo echarían a las llamas.
La pestilencia terminó, tan pronto como aquella bestia infernal fue destruida.