Pero ni siquiera es necesario haber leído esos libros: basta un vistazo a la hemeroteca de aquellos meses, pues el ruido de sables, las conspiraciones en marcha, los nombres de los implicados, aparecían a diario en toda la prensa en los meses previos al golpe. En serio, revisen prensa de finales de 1980 y principios de 1981, y verán qué poco sorprendió el golpe.
La novedad ahora, tras años de libros y reportajes pero también de chascarrillos populares sobre el “elefante blanco”, la novedad es que las alfombras se levanten desde posiciones digamos “oficiales”: una periodista nada sospechosa de antisistema, una editorial comercial y bien relacionada con el poder, y un periódico que pese a sus agujeros conspiranoicos no deja de ser un pilar del sistema.
La novedad por tanto es que algo que hasta ahora quedaba fuera de foco, de repente ocupe el centro del escenario, merezca portadas de periódico y entrevistas televisivas, y provoque desmentidos y pronunciamientos como no habíamos conocido nunca.
Mi hipótesis es que asistimos a una voladura controlada: tarde o temprano se acabaría sabiendo más sobre el asunto, y quizás con la muerte de Suárez caduquen algunas lealtades y pactos de silencio. Antes de que sean otros los que lo aireen y de forma más dañina, mejor que lo haga una Pilar Urbano, que pese a lo explosivo de sus revelaciones, se cuida mucho de matizar y de exculpar al rey.
Pero el revuelo actual sobre algo que ya sospechábamos, tiene otra razón: hoy nos importa más el 23F que hace diez o veinte años. La descomposición actual del sistema político surgido de la Transición nos hace mirar con más severidad aquellos años. Y el 23F es un momento central. Para el rey, y para la democracia española.
El 23F es el mito fundacional de esta democracia, y es también el día en que el rey “se gana la corona”. Llevamos años escuchando que el 23F el rey se ganó su legitimidad ante los ciudadanos. Hasta entonces era un personaje gris, poco apreciado, sospechoso, con el pecado original de haber sido designado y educado por el dictador. A partir del 23F su figura se agiganta y se convierte en el campeón de la democracia.
Para la generación de la Transición, el juancarlismo arranca aquel día. Para quienes llegamos después, en el colegio nunca nos hablaron de la guerra civil ni de la dictadura, pero memorizamos bien lo de que el rey detuvo el golpe militar.
Hace solo tres años, en 2011, al cumplirse treinta años del golpe, las conmemoraciones oficiales aún giraban en torno al mismo relato. Todavía no sabíamos de Corina, el safari, la infanta o la cuenta en Suiza, y apenas arrancaba el caso Urdangarín. Así que el aniversario fue la enésima vuelta sobre el mismo mantra: el rey paró el golpe, el rey se ganó la corona aquella noche.
De modo que si ahora resulta que el rey no solo no detuvo a los golpistas, sino que se había entendido con algunos de ellos en fechas previas, y cómo mínimo había alentado maniobras para tumbar al presidente democrático en favor de un gobierno de concentración civil-militar, se nos viene abajo el momento fundacional sobre el que se levanta todo su reinado, y de cuyas rentas ha vivido hasta ahora.
Pero no solo el rey: el 23F es importante también porque marcó el rumbo de la democracia. Propició el “golpe de timón”, expresión tan querida de aquellos días. Sirvió para encauzar la Transición reforzando sus límites para evitar desbordes, recondujo el proceso político, social y territorial por la vía del miedo. El 23F fue nuestra particular aplicación de la ‘doctrina del shock’. Y si ahora nos dicen que el rey y otros prohombres anduvieron enredando en torno al golpe, se entiende la conmoción.
Lo más probable, con todo, es que no ocurra nada. El asunto quedará pronto olvidado por nuestra cotidiana ración de escándalos y miserias. Habrá unos cuantos desmentidos y cierres de filas innecesarios, puesto que la verdad documentada sigue atada y bien atada. La figura del rey se desgastará un poco más, imparable ya hacia su abdicación. Y la “democracia” española continuará su cuesta abajo, descomponiéndose también en sus cimientos.
Fuente:El Diario/Zona Crítica