El rey se inclina y mata, En tierras bajas y El hombre es un gran faisán en el mundo - Herta Müller

Publicado el 25 octubre 2021 por Elpajaroverde
"He escrito un libro titulado El hombre es un gran faisán en el mundo. Ése es un giro rumano. En rumano es muy frecuente decir "He vuelto a ser un faisán", que significa: "He vuelto a fracasar", "No lo he logrado". O sea, en rumano el faisán es un perdedor, mientras en alemán es un arrogante fanfarrón. Como se sabe, el faisán es un ave incapaz de volar, vive en el suelo. Cuando empiezas a cazar y todavía no sabes hacerlo bien, cazas faisanes. La presa más fácil, puesto que el faisán no puede escapar. Los rumanos han incorporado ese rasgo a su metáfora. ¿Y cuál han tomado los alemanes para la suya? Las plumas, el plumaje, lo cual es muy superficial. La vida del animal no interesa a la metáfora alemana; a los rumanos les interesa la existencia del ave, y eso me fascina".

Herta Mullër es una alemana rumana o una rumana alemana. En esta afirmación no cabe aquello de que el orden de los factores no altera el producto. El producto se altera siempre porque todos somos producto de nuestras vivencias, de nuestro lugar de origen, de nuestra historia y de la de los demás. A Herta Müller la Historia le pasó por encima como antes pasó por encima de su familia: el padre, soldado de las SS; la madre, deportada a un campo de trabajo ruso; el abuelo, expropiado; la abuela, detenida en el estuche del acordeón que fuera del hijo fallecido. En la familia de Herta Mülller cada miembro es como una isla autónoma aunque más bien muchas veces parecieran funcionar como seres autómatas.

Es curiosa esta idea de la isla. Se me ocurre, aunque no en relación a la familia de Herta Müller, cuando estoy leyendo el último de los tres libros de los que vengo a hablaros hoy. Sin embargo, cuando vuelvo sobre lo leído una vez terminadas las tres lecturas, descubro con asombro que la autora ya había incidido sobre esa idea en el primero de los libros que he leído. Supongo que mi desmemoria es un lujo, algo que nos podemos permitir los que no nos vemos obligados a revivir una y otra vez los mismos detalles y secuencias a causa del miedo, esos detalles que son como la sangre procedente de la matanza de un gorrino que impregna de rojo el blanco de la nieve. "La mancha seguirá allí aunque llegue el verano, siempre estará allí porque yo la vi en aquel sitio", piensa la niña del relato de la escritora rumana que lleva por título En tierra bajas.

En El rey se inclina y mata Herta Müller habla de cómo fue para ella vivir durante más de treinta años en una dictadura que convirtió su país, Rumanía, en una isla dentro del mundo. Habla de cómo todos eran como una isla dentro de ese país. Habla, como he comentado, de esas islas que eran cada uno de los miembros de su familia. Habla de esa otra isla que era su pueblo natal dentro de Rumanía.

Herta Müller se crio en un pueblo del Banato. Su familia y sus vecinos eran suabos, una minoría alemana dentro de Rumanía. Es el suyo un pueblo rodeado de pueblos rumanos, de otro eslovaco y otro húngaro. Un pueblo considerado culpable de los crímenes de Hitler, incluso los niños, que no habían nacido cuando se cometieron tales atrocidades. Un pueblo con la cerrazón del campesino aderezada con un sentimiento de superioridad, que ha convertido el oprobio al que lo han condenado en enseña; orgulloso, pues, de su alemanidad, algo tan estúpido como, por ejemplo, estar orgulloso de la españolidad, como si acaso alguien pudiera hacer méritos para nacer y crecer en el país que nace y crece. Un pueblo que se autoaísla, que se aferra a la costumbre por miedo a perecer, a diluirse en lo que siente ajeno perdiendo así su identidad.

"Estamos orgullosos de nuestra comunidad. Nuestra habilidad nos preserva del naufragio. No nos dejamos insultar, dijo. No nos dejamos calumniar. En nombre de nuestra comunidad alemana serás condenada a muerte", leo en La oración fúnebre, cuento en el que la escritora rumana narra un sueño, mientras que en otro de sus relatos, titulado Mi familia, me encuentro con la siguiente frase: "La gente dice que hay que despreciar a un hombre que tenga otra mujer y otro hijo fuera del pueblo, que aquello no es mejor que el incesto puro y simple, que aquello es aún peor que el cruzamiento consanguíneo, que aquello es pura y simple ignominia".

Ambos cuentos, al igual que aquel al que pertenece la cita de la mancha que prevalece en la memoria, pertenecen al volumen de relatos En tierras bajas, segundo de los libros que leo de Herta Müller y que está inspirado en sus propias vivencias en su pueblo natal. En esas tierras crece una niña que después se convertiría en escritora, pero que, por aquel entonces, "no alcanzaba a comprender que aquel pueblo empecinado en la conservación del grupo con todos sus viejos rituales de hace trescientos años buscaba la anulación del Yo en aras de la conservación del Nosotros. Yo lo sentía como un fallo por mi parte, una traición, cuando la soledad se instalaba en mi día y no dejaba lugar alguno al sentimiento de pertenencia al colectivo".

Esa niña que fue, pues, una alemana rumana, se convierte, cuando se traslada a la ciudad a estudiar, en una rumana alemana. Llega con su dialecto alemán a un territorio de ambiente más abierto y de idioma desconocido. Calla durante mucho tiempo, como, por otra parte, está acostumbrada a hacer al proceder de un lugar de gente de pocas palabras. Comienza a asimilar e interiorizar conceptos, significados, similitudes, diferencias, matices, ambigüedades. Le maravillan todas esas peculiaridades, sutilezas y contrastes entre los dos idiomas, tal y como supongo le debió de suceder con ese diferente uso metafórico de esa ave con plumaje excelso pero inútil que es el faisán. Así, poco a poco y sin darse cuenta, comienza a dominar una lengua que, aunque llegará a amar, no conseguirá desbancar a la alemana, no por inferior a esta sino por no ser la materna.

"Cada vez era más frecuente que la lengua rumana me proporcionara una palabra más sensual y más acorde con mi sensibilidad que mi lengua materna. No quería perderme nunca más la dualidad de las transformaciones. Ni al hablar ni al escribir. En ninguno de mis libros he escrito aún ninguna frase en rumano. Pero es evidente que la lengua rumana escribe conmigo porque pasó a ser parte de mi forma de mirar".

Herta Müller es una escritora rumana que escribe en alemán. Sin embargo, cuando consiga exiliarse a Alemania no será allí una alemana rumana, ni siquiera una rumana alemana, sino que, en ese país en el que se habla su lengua materna, será considerada una extranjera. La lengua no es patria, al contrario de lo que muchas veces se piensa; de eso también me ha hablado la escritora en lengua alemana en El rey se inclina y mata.

El alemán natal de nuestra rumana alemana es distinto del alemán que se habla en Alemania. Hay palabras que se pronuncian diferentes, otras que se utilizan con distinto sentido. Cuando va a la compra o a un simple recado, la tratan por esas diferencias con condescendencia, ese buenismo que en realidad no hace sino ocultar cierto tinte de superioridad. Como escritora, se le reprocha que siga escribiendo sobre el pasado. Sin embargo, se considera que un escritor alemán que escribe sobre cosas que sucedieron en Alemania hace más tiempo que las que ella relata que ocurrieron en Rumanía escribe sobre el presente. Parece ser que el pasado no está en la distancia temporal, sino en la geográfica, en lo que se sale de lo que orbita alrededor de nuestro ombligo y del campo de visión más allá de nuestras narices.

Lo que sí se le alaba como escritora en Alemania es su mirada distinta, lo cual es algo que no dejan de asociar a su condición de extranjera, a aproximarse así lo máximo posible. esa extrañeza que al foráneo le produce el nuevo entorno y esa otra extrañeza que al oriundo le provoca la filtración en su mundo de lo diferente. Para Herta Müller, sin embargo, "entender la Mirada Distinta como la consecuencia de un entorno extraño es [...] absurdo porque lo cierto es justo lo contrario: proviene de las cosas conocidas a las que se despoja de su condición natural". "Esa Mirada Distinta que uno trae consigo es vieja. Lo único nuevo de ella es que llama la atención entre las miradas intactas. No se pierde de un día para otro, tal vez no llega a perderse nunca". "La Mirada Distinta no tiene nada que ver con escribir sino con la biografía", apunta también, porque ese es otro error común: pensar que la mirada distinta es algo inherente al escritor. Reconozco que es un error en el que acostumbro a caer. Supongo que es fácil hacerlo, pues solo el escritor es capaz de aproximarse a compartir esa mirada distinta, pero, en realidad, "la Mirada Distinta no tiene nada que ver con la literatura. Está allí donde no cabe escribir nada ni pronunciar ninguna palabra [...]. El único arte con el que tiene que ver es el arte de vivir con ella". Como confiesa Herta Müller: "Cuando escribo, tengo que detenerme allí donde más herida estoy en mi interior, de otro modo no tendría por qué escribir siquiera". Aun así, las palabras no bastan para traducir las heridas. Solo consiguen distorsionar la realidad e inventar y Tal vez lo más cercano y elocuente sea el silencio.

"Del oro de los patos al paladear y mezclar el agua, sin embargo, no puedes decirle nada a nadie, nada de lo desquiciada que estás en tu tremenda normalidad. Jamás dirás una sola palabra de Marburgo y de aquel ataque de asco autoprovocado junto al río. Guardarás silencio, incluso cuando tu amiga te señale las botellas de agua mineral de la región del Lahn en la tienda y te diga: "Anda, si tú estuviste en el Lahn". Te limitarás a pronunciar un escueto SÍ, que te sonará igual que LALA, y cambiarás de tema como si te diera igual si Lahn es un agua, una calle o una enfermedad. Te guardarás de que se te note el Lahn, te callarás para que los demás piensen que simplemente no tienes sensibilidad para los bellos paisajes, para el presente en Alemania".

De todo esto que os estoy contando he sabido al leer El rey se inclina y mata. Se trata de un libro de textos ensayísticos que beben de la historia familiar, la infancia y la juventud de la autora. Versan sobre los condicionamientos históricos y políticos, sobre la influencia de estos en el lenguaje y sobre el uso del lenguaje en estos, también sobre la escritura. La autora se basa para ello en su propia experiencia vital, así como también en ocasiones en alguna de sus lecturas, pues, como ella misma aclara, "más bien son los textos de otros autores, y no los míos, los que me hacen ver más claras algunas cosas".

El título del El rey se inclina y mata se debe a una figura de la que Herta Müller nos cuenta que es recurrente en su obra, la del rey. El rey que se inclina recurre al miedo para matar poco a poco. Pero el rey también es esa intensa ansia de vivir que nace como acto de rebelión ante ese miedo. Como siente la niña de En tierras bajas cuando se hiere en las rodillas, "tuve miedo de que tanto dolor me impidiera seguir viviendo, y al mismo tiempo sabía que estaba viva porque me dolía". A esa otra cara de la moneda del rey, la escritora la ha rebautizado como la "bestia del corazón". Así precisamente titula la rumana una de sus novelas. Trata sobre un grupo de jóvenes amigos rumanos y cómo les afecta la muerte de una estudiante por suicidio. La propia Müller vive una experiencia parecida de la que también escribe en El rey se inclina y mata.

Podría haberme fijado cuando elegí posibles lecturas de Herta Müller en La bestia del corazón pero no lo hice. Me fijé en El rey se inclina y mata porque me gusta que los escritores me cuenten del proceso de escribir, por lo que prometía sobre la influencia de la vida en dictadura y en el exilio sobre la escritura y por el propio contexto en sí sin relación con esta, y por lo relativo al uso del lenguaje. Me fijé en En tierras bajas porque me gustan lo cuentos, por su componente autobiográfico y por su mirada desde la infancia. Me fijé en El hombre es un gran faisán en el mundo porque me llamó la atención su título y en cuanto supe a qué hacía alusión lo del faisán no me pude resistir; mirad qué motivo más caprichoso.

En Herta Müller, una premio Nobel que era una auténtica desconocida para mí, me hicieron fijarme. Fue propuesta como escritora europea para el quinto bimestre del año en el club de lectura Viajar leyendo autoras. Cuando finalmente salió elegida, fui incapaz de decidirme por una de las tres lecturas que había preseleccionado por si se daba el caso. Así que, dada la brevedad de las mismas, decidí comenzar, siguiendo el orden con el que había dado con ellos, por el primero de los tres libros e ir viendo luego si me apetecía continuar con los otros dos. Y así fue viendo. Así fui leyendo. Así me leí los tres libros y así os los estoy contando.

Me gustó mucho El rey se inclina y mata por lo que cuenta Herta Müller y por cómo me lo cuenta. Pero, si pensaba por entonces que ya sabía por ello cómo escribe esta escritora, aún me quedaba mucha Herta Müller por descubrir.

La escritora en lengua alemana me había contado que "el criterio de calidad de un texto siempre ha sido para mí el mismo: la cabeza se me desboca sin palabras o no. Toda buena frase desemboca en la cabeza en un lugar donde aquello que desencadena habla consigo mismo de una forma que no es verbal. Y cuando digo que los libros me cambiaron fue por ese motivo. Y, aunque se afirme lo contrario en tantas ocasiones, en este sentido no hay diferencia alguna entre poesía y prosa. La prosa puede mostrar la misma densidad, aunque tenga que conseguirla con mecanismos distintos, porque lo hace a larga distancia". Estoy muy de acuerdo con este criterio. De hecho, pienso que hay libros que merecen ser leídos tan solo por un capítulo, por un pasaje, por un párrafo, incluso por una frase. Hay libros que contienen la frase. Hay que leer todo el libro para que nos sea dada esa frase. Si se leyera sola, tal vez fuera una frase más o se relevara tan solo en toda su intensidad pero no en su inmensidad. Dentro de la totalidad del libro, es la frase. Pero es ella: la frase, y no él: el libro. El libro es para nosotros lo que es por esa frase.

No, los libros de Herta Müller no contienen para mí la frase. Pero muchas de las frases de sus libros son de esas que me desbocan la cabeza. Probablemente no lo hicieran por sí solas pero dentro del libro y del conjunto de frases sí. Y eso ha sido una fortuna para mí que, en cuanto comienzo a leer los quince relatos de En tierras bajas, me encuentro con mucha confusión. Es el desboque de mi cabeza el que me arrastra a seguir leyendo, a veces, incluso, a seguir perseverando. "La mitad de lo que la frase provoca al leerla no está formulado. Esta mitad no formulada hace posible que la cabeza se desboque, abre paso al shock poético, a lo que hemos de concebir como ese pensar sin palabras. O como también se le llama: sentimiento". Esto también me lo había contado Müller. Esa mitad no formulada es para mí la parte que pone el lector a cada lectura. Esa mitad que hace que mi cabeza se desboque, bien puede de una coz sacar definitivamente de la lectura a otro lector. Yo cabalgo y descabalgo y mis correrías obtienen su recompensa, pues En tierras bajas, como todo libro notable, gana tras su lectura.

La gran mayoría de relatos que lo componen se desarrollan en (narran, en realidad) un entorno rural y familiar similar a los de la infancia de la autora. El más extenso con diferencia de todos ellos presta su título al libro que los recoge. El resto son breves. En concreto, El baño suabo, que os dejo a continuación, es hiperbreve. La escritora utiliza en él la repetición como recurso narrativo, algo que hace en más ocasiones pero que aquí aplica con esmero y con una sencillez pasmosa a la par que abrumadora. Valga este cuento como muestra de su escritura de frases cortas, de la economía de palabras, de esa mitad no revelada.

"Es un sábado por la tarde. El calentador del baño tiene el vientre al rojo vivo. La ventanilla de ventilación está herméticamente cerrada. La semana anterior, Arni, un niño de dos años, había cogido un catarro por culpa del aire frío. La madre lava la espalda del pequeño Arni con unos pantaloncitos desteñidos. El pequeño palmotea a su alrededor. La madre saca al pequeño Arni de la bañera. Pobre crío, dice el abuelo. A los niños tan pequeños no hay que bañarlos, dice la abuela. La madre se mete en la bañera. El agua aún está caliente. El jabón hace espuma. La madre se restrega unos fideos grises del cuello. Los fideos de la madre nadan sobre la superficie del agua. La bañera tiene un borde amarillento. La madre sale de la bañera. El agua aún está caliente, le dice la madre al padre. El padre se mete en la bañera. El agua está caliente. El jabón hace espuma. El padre se restrega unos fideos grises del pecho. Los fideos del padre nadan junto con los fideos de la madre sobre la superficie del agua. La bañera tiene un borde parduzco. El padre sale de la bañera. El agua aún está caliente, le dice el padre a la abuela. La abuela se mete en la bañera. El agua está tibia. El jabón hace espuma. La abuela se restriega unos fideos grises de los hombros. Los fideos de la abuela nadan junto con los fideos de la madre y del padre sobre la superficie del agua. La bañera tiene un borde negro. La abuela sale de la bañera. El agua aún está caliente, le dice la abuela al abuelo. El abuelo se mete en la bañera. El agua está helada. El jabón hace espuma. El abuelo se restriega unos fideos grises de los codos. Los fideos del abuelo nadan junto con los fideos de la madre, del padre y de la abuela sobre la superficie del agua. La abuela abre la puerta del cuarto de baño. Luego mira en dirección a la bañera. No ve al abuelo. El agua negra se derrama por el borde negro de la bañera. El abuelo ha de estar en la bañera, piensa la abuela, que cierra tras de sí la puerta del cuarto de baño. El abuelo deja correr el agua sucia de la bañera. Los fideos de la madre, del padre, de la abuela y del abuelo dan vueltas sobre la boca del desagüe.

La familia suaba se instala, recién bañada, ante la pantalla del televisor. La familia suaba, recién bañada, aguarda la película del sábado por la noche".

La prosa de Herta Müller, que ya me pareció poética en ciertos pasajes de El rey se inclina y mata, se me revela por doquier de esa manera en En tierras bajas. Tengo que pararme y reírme ante lo que acabo de escribir. Pienso en lo en desacuerdo que estaría la autora conmigo al respecto. "Una buena frase de prosa suele elogiarse diciendo que es lírica. Tal vez porque tiene entidad propia", me reconvendría si pudiera leerme para a continuación añadir: "Pero sólo se parece a una buena frase de poesía, no a un verso plano. Lo que pasa, entonces, es que dos buenas frases sencillamente se parecen. La frase [...] sólo suena como buena lírica porque también es buena prosa".

Esa buena prosa es la que me da la bienvenida a El hombre es un gran faisán en el mundo. La cita con la que abro esta entrada no está extraída de esta novela, sino que creo que pertenece a una entrevista concedida por su autora. La novela narra las peripecias de la familia de Windisch para abandonar la Rumanía de la dictadura de . Al vivir ya Müller en la ciudad cuando emprende su propio exilio, y sabiendo del fuerte componente autobiográfico de su obra de ficción, imaginaba que esta novela se desarrollaría ya en un contexto urbano. Vuelvo a encontrarme, sin embargo, con una ambientación similar a la de los cuentos de En tierras bajas y a la de la infancia de la autora a la que ella misma me da acceso en El rey se inclina y mata. Vuelven los hombres que beben. Vuelven las mujeres que limpian y se afanan en las casas. Vuelven los matrimonios que tan bien escenificaban en sus juegos la niña del relato En tierras bajas y su primo. Vuelve la virtud cuestionada, que lo mismo se alía con la supervivencia que es arma arrojadiza, aunque, en El hombre es un gran faisán en el mundo, "lo que importa ahora no es la vergüenza, sino el pasaporte". Vuelven los hombres que estuvieron en la guerra. Vuelven las mujeres que pasaron hambre y frío en la Unión Soviética. Vuelvo a encontrarme la misma confusión que en los relatos de la autora, pero esta confusión la siento esta vez solo al principio. Pronto entro plenamente en la lectura y la mitad de Herta Müller y mi mitad corren cómplices y parejas a lo largo de esta corta y maravillosa novela.

La escritura de la escritora rumana que escribe en alemán me recuerda a la de esa escritora húngara que escribía en francés que fue Agota Kristof. Alguna vez había acudido esta asociación a mi mente durante la lectura de los relatos de Müller. Es al leer su novela que esta idea se acrecienta. Esa prosa seca. Esas frases escuetas. Esa potencia de las imágenes creadas. Ese decir tanto con tan poco. Esa falta de concesión a la esperanza. Esa desafección. Esa desolación por doquier.

En El parque negro, uno de los pocos relatos que leo de Herta Müller ambientado en la ciudad, alguien se pregunta: "¿Qué puede uno hacer cuando, sea cual sea el tema de conversación, se habla siempre de perder?" Parece que el sentimiento de perdedor, ese que se metaforiza en faisán, está intrincado en el carácter de los rumanos, pues la idiosincrasia de un pueblo es algo que está íntimamente ligado a su historia. Y es que el miedo como método de dominación instala al ciudadano en la parálisis, en la renuncia por no perder lo poco que le pueda quedar cuando, en realidad, lo primordial ya se ha perdido. Aun así, ese miedo no impidió a Herta Müller y a otros como ella abandonar su país. "Perder el miedo es una ganancia para mí, la mayor ganancia desde que tengo uso de razón", declara Herta Müller años después de su llegada a Alemania cuando por fin ha conseguido liberarse del miedo. Quizás entonces pudo pensar: el rey que mata con miedo ha muerto, larga vida a ese otro rey que es la bestia del corazón.

"Windisch empuja su bicicleta unos pasos. Mira la luna. El guardián nocturno dice en voz baja y mascando: "El hombre es un gran faisán en el mundo". Windisch levanta el saco y lo acomoda en la bicicleta. "El hombre es fuerte", dice, "más fuerte que las bestias"".

Qué gran descubrimiento ha sido esa bestia de escritora que es Herta Müller.

Traductores: Isabel García Adánez / Juan José del Solar / Juan José del Solar

Año de publicación: 2011 / 2009 / 2009

Nº de páginas: 192 / 184 / 128

ISBN: 978-84-9841-428-8 / 978-84-9841-092-1 / 978-84-9841-094-5

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