No debe ser fácil perderse cada año la cena de Navidad por tener que leer un discurso que sólo oyen algunos periodistas obligados; tampoco aguantar los desfiles de las fuerzas armadas o los abucheos en la final de la copa del Rey… Nada sencillo, seguro que no.
Es normal que quiera retirarse. No puede con más disgustos. Una hija con la convivencia interrumpida desde hace años, otra con el “supuesto” ladrón debajo de la sábana y su heredero, su ojito derecho, casado con una divorciada atea. No es para menos. Raro que no haya cogido una depresión, menudo lío que le han montado en casa en un par de años. Con lo guapos y buenos que parecían todos de pequeños.
Se va, lo deja. Quiere pasar sus últimos años de vida en tranquilidad al lado de su esposa: Sofía. Aquella que se trajo de Grecia y a la que nunca más hizo caso. “Su compañera de viaje”, su amiga, su confidente… ¿Podrá ella también abdicar de él?¿qué pensión les quedará? ¿Les dará para llegar a final de mes? Tendrán que mudarse a un pequeño y modesto palacete a las afueras de Madrid y desde allí presenciar el ansiado ascenso de su hijo Felipe, que seguro será coronado por todo lo alto. ¿Crisis, qué crisis? Será un momento histórico y, como lo pagamos entre todos, seguro que no escatimarán en gastos. Además, no todos los días hacen a tu hijo fijo en la empresa…
Ahora tendremos que aguantar miles de reportajes sobre su vida y obra y…¡ la coronación de Felipe! Yo antes de que todo se complique y empiece a correr el champán, si es posible, me gustará aprovechar la ocasión para hacer un ruego: si no es posible instaurar YA una tercera república. Si esto es demasiado traumático, exijo a mis representantes una ley de transparencia que nos permita a todos los españoles saber lo que nos cuesta mantener la Monarquía y la reforma de la Constitución que coloque en igualdad de condiciones a hombres y mujeres en la línea sucesoria al trono.