Aunque los orígenes de su culto son aún inexactos, Osiris es una de las deidades más significativas del panteón de dioses egipcios. Las primeras referencias a su figura yacen en jeroglíficos funerarios de tumbas del período predinástico. Es el señor supremo de los funerales y el juez absoluto de las almas de los difuntos, su representación es antropomorfa, muy diferente de las adoptadas por otras deidades del mismo período.
Realmente el dogma de Osiris fue desarrollado por el clero bajo el control de la monarquía y propagado por todo Egipto para afianzar la influencia en los grandes templos. Estaba tan ligado a la monarquía que se le veía como un rey difunto que fue deificado por lo que conservaba los atributos de los faraones.
Según la leyenda Osiris murió ahogado en el Nilo, como resultado de una conspiración de su hermano menor Seth para asesinarlo. Su cuerpo fue desmembrado y esparcido por las aguas, pero pesar de esto fue devuelto a la vida por el poder de sus hermanas Isis y Neftis, quienes lo resucitaron con ayuda de los dioses. El martirio de su muerte lo convirtió en conquistador del más allá y le valió el título de juez soberano y supremo de las leyes del Maat.
Osiris es un Dios presente en todo Egipto y además de sus bien conocidas funciones como Dios funerario también velaba por el correcto funcionamiento del universo y fue responsable de la aparición de las estrellas y del ciclo estacional de la vegetación. Según los documentos arqueológicos egipcios más antiguos referentes a Osiris durante su reinado enseñó su pueblo modales civilizados para alejarlos de las bestias salvajes y les inculcó el respeto por los dioses y las leyes de los hombres.
Los antiguos egipcios concebían la muerte como el cruce de un umbral entre el mundo terrestre y el más allá, una especie de crisis temporal que puede resolverse por medio de un ritual funerario. El juicio de Osiris es este umbral ya que sólo quién es moralmente puro comparece ante el tribunal presidido por el gran rey, quien determina su paso al siguiente plano. Osiris fue un Dios muy amado por los egipcios tomado como ejemplo de existencia perfecta y modelo a seguir ya que su vida ejemplar le llevó a ejercer la soberanía en la vida y en la muerte.