Nos quedamos mudos. Yo me debatía internamente entre querer meterme abajo de las baldosas, salir corriendo a matar al que nos había dicho y repetido que el regalo para llevarle al rey era vino de palma o martillarme la mano por boba y por no haber preguntado a la hija misma del rey acerca del protocolo adecuado. Nos hicieron pasar a la Corte y nos indicaron dónde sentarnos. En el salón había una silla toda labrada en plata (que supusimos era el trono) y a sus costados, otras dos sillas importantes. En frente, a unos metros, había tres sillas más y a los costados de éstas, más sillás, formando un rectángulo entre todas. Nos preguntaron quien estaba a cargo e indicamos que esa persona era yo (¡rogando que no fuera problema el hecho que fuera mujer!)- Me hicieron sentar en una silla que se encontraba en la hilera a la derecha del rey, y a mis compañeros en aquellas que se encontraban frente a él. Un hombre, que luego nos dimos cuenta era el encargado de la ceremonia, se sentó frente a mí. Otra gente del pueblo se fue acomodando en las sillas que se encontraban en la hilera de la izquierda del rey, y allí nos quedamos en silencio unos minutos, muertos de nervios, hasta que la hija del rey apareció indicando que nos pusieramos de pie.En ese momento hizo su entrada el rey, seguido de otros dos hombres (uno de los cuales estaba vestido como Gandhi). El hombre que estaba a la derecha del rey habló entonces en su lengua tradicional y se dirigió al hombre que estaba sentado frente mío, quien luego tradujo. Lo más llamativo era que el hombre traducía diciendo "el rey dijo que" "el rey quiere" "el rey pregunta" cuando el rey no había abierto la boca. Entre los nervios por el incidente con el regalo, el desconocimiento del baoulé y del protocolo y ceremonial de la corte, y la confusión por el hecho que el rey no hablara pero se le atribuyeran frases creo que nuestros ojos deben haber estado abiertos grandes como platos. La ceremonia en sí fue muy interesante, más allá de nuestra ignorancia y nuestro asombro. Nos preguntaron qué veníamos a hacer, cómo estaba compuesto nuestro equipo, si estabamos bien en la ciudad, y luego nos dirijieron al parque de la casa, donde se realizó una ceremonia. En la misma, luego de decir distintas frases en baoulé, la persona encargada de oficiarla echaba agua a la tierra tres veces, pidiendole a ella - la tierra- que bendiga nuestra misión de paz. Me hizo pensar en el culto a la pachamama y en cómo pueblos distintos en todos los confines comparten el amor y el respeto por la tierra.Una vez que la ceremonia terminó y nos autorizaron a retirarnos salimos corriendo al almacén de ramos generales a comprar el gin más caro que encontramos, lo envolvimos en papel de regalo y, unos 15 minutos después, estábamos de vuelta en la casa del rey, entregándoselo a su hija, que largó una carcajada enorme al vernos llegar tan rapidito con el regalo apropiado. Pedimos disculpas una vez más y nos retiramos rumbo a la oficina.Siempre fui conciente que, para superar esa gran gaffe, contamos a nuestro favor con el buen humor y la hospitalidad baoulés (que son famosos) y con la buena voluntad del rey y el resto de la Corte. Y salimos airosos. Por un pelo. Por eso, esa tarde, lo primero que hicimos fue enviar un reporte oficial a nuestros jefes, para que informaran debidamente a nuestros compañeros en otras regiones que, si visitaban al rey, debían llevar GIN. Gin, nada más y no otra cosa. Gin. Todavía me lo recuerdo a mí misma cada tanto, por si acaso la vida vuelva a ponerme en esa circunstancia.
Nos quedamos mudos. Yo me debatía internamente entre querer meterme abajo de las baldosas, salir corriendo a matar al que nos había dicho y repetido que el regalo para llevarle al rey era vino de palma o martillarme la mano por boba y por no haber preguntado a la hija misma del rey acerca del protocolo adecuado. Nos hicieron pasar a la Corte y nos indicaron dónde sentarnos. En el salón había una silla toda labrada en plata (que supusimos era el trono) y a sus costados, otras dos sillas importantes. En frente, a unos metros, había tres sillas más y a los costados de éstas, más sillás, formando un rectángulo entre todas. Nos preguntaron quien estaba a cargo e indicamos que esa persona era yo (¡rogando que no fuera problema el hecho que fuera mujer!)- Me hicieron sentar en una silla que se encontraba en la hilera a la derecha del rey, y a mis compañeros en aquellas que se encontraban frente a él. Un hombre, que luego nos dimos cuenta era el encargado de la ceremonia, se sentó frente a mí. Otra gente del pueblo se fue acomodando en las sillas que se encontraban en la hilera de la izquierda del rey, y allí nos quedamos en silencio unos minutos, muertos de nervios, hasta que la hija del rey apareció indicando que nos pusieramos de pie.En ese momento hizo su entrada el rey, seguido de otros dos hombres (uno de los cuales estaba vestido como Gandhi). El hombre que estaba a la derecha del rey habló entonces en su lengua tradicional y se dirigió al hombre que estaba sentado frente mío, quien luego tradujo. Lo más llamativo era que el hombre traducía diciendo "el rey dijo que" "el rey quiere" "el rey pregunta" cuando el rey no había abierto la boca. Entre los nervios por el incidente con el regalo, el desconocimiento del baoulé y del protocolo y ceremonial de la corte, y la confusión por el hecho que el rey no hablara pero se le atribuyeran frases creo que nuestros ojos deben haber estado abiertos grandes como platos. La ceremonia en sí fue muy interesante, más allá de nuestra ignorancia y nuestro asombro. Nos preguntaron qué veníamos a hacer, cómo estaba compuesto nuestro equipo, si estabamos bien en la ciudad, y luego nos dirijieron al parque de la casa, donde se realizó una ceremonia. En la misma, luego de decir distintas frases en baoulé, la persona encargada de oficiarla echaba agua a la tierra tres veces, pidiendole a ella - la tierra- que bendiga nuestra misión de paz. Me hizo pensar en el culto a la pachamama y en cómo pueblos distintos en todos los confines comparten el amor y el respeto por la tierra.Una vez que la ceremonia terminó y nos autorizaron a retirarnos salimos corriendo al almacén de ramos generales a comprar el gin más caro que encontramos, lo envolvimos en papel de regalo y, unos 15 minutos después, estábamos de vuelta en la casa del rey, entregándoselo a su hija, que largó una carcajada enorme al vernos llegar tan rapidito con el regalo apropiado. Pedimos disculpas una vez más y nos retiramos rumbo a la oficina.Siempre fui conciente que, para superar esa gran gaffe, contamos a nuestro favor con el buen humor y la hospitalidad baoulés (que son famosos) y con la buena voluntad del rey y el resto de la Corte. Y salimos airosos. Por un pelo. Por eso, esa tarde, lo primero que hicimos fue enviar un reporte oficial a nuestros jefes, para que informaran debidamente a nuestros compañeros en otras regiones que, si visitaban al rey, debían llevar GIN. Gin, nada más y no otra cosa. Gin. Todavía me lo recuerdo a mí misma cada tanto, por si acaso la vida vuelva a ponerme en esa circunstancia.