Revista Arte

El riesgo del Arte es convertir los sentidos en un objetivo y no en hacerlos un medio para alcanzar la pureza.

Por Artepoesia
El riesgo del Arte es convertir los sentidos en un objetivo y no en hacerlos un medio para alcanzar la pureza. El riesgo del Arte es convertir los sentidos en un objetivo y no en hacerlos un medio para alcanzar la pureza.
Los sentidos fueron descubiertos gracias a ellos mismos. Los fueron al usarlos así sin ser conscientes de su utilización, al ser utilizados sin pensar que ellos pudieran servir luego incluso para alcanzar otra cosa muy distinta. Se apropiaron de ese modo de una realidad mediadora inevitable y de una utilidad sacrosanta a medida que se usaban como un fin en sí mismo. Eran el puente indestructible que uniría, satisfecho, la naturaleza con el sentimiento. Pero fue más indestructible ese vínculo cuando este último, el sentimiento, aún no habría sido transformado en un lamento ni en una imposibilidad, sino en una fuerte intuición inspiradora. Porque el sentimiento llegó a ser otro sentido antes de que se deteriorara entre sufrimientos o banalidades, uno muy distinto y tan útil, sin embargo, como los otros cinco que captaran la mera realidad. Servía, sorprendentemente, para defenderse, para aliarse o para progresar, como aquéllos, pero, además, también serviría para percibir sin mirar o para llegar a entender alejándose ahora así de las mismas cosas. También para empezar a comprender que, más allá de los sentidos, habría otras cosas poderosas que, aunque intangibles, reforzaban la vida y sus valores más permanentes o más satisfactorios o más comprensivos. Pero no como un fin sino como una mediación estética. ¿Qué sentimos al percibir la imagen que los sentidos nos transmiten cuando admiramos la belleza inmediata que recibimos del Arte? Este es el error: inmediata. El Arte es un mediador no un finalizador de belleza. Esta es la mejor enseñanza que se pueda ofrecer a los primeros que quieran acercarse al Arte para comprenderlo. La enseñanza no es lo percibido sino lo sentido, y lo sentido no tiene en el Arte nada que ver con sufrimiento sino con emoción inteligente.
Lo que sucede es que la emoción de belleza solo es estimulada cuando la percepción de algo es justificada con la armonía que representa. Sin armonía no hay emoción. Otra cosa es la percepción de información estética, que puede condicionar la armonía a otros conceptos más intelectuales o más abstractos. Pero cuando la armonía es conciliada con la belleza y ésta no es otra cosa que captación inmediata de las formas, es cuando la enseñanza del Arte tiene más sentido en su mediación. Un cuadro abstracto de Miró no requiere tanto esfuerzo para distinguir la mediación con lo mediado. Es un Arte que no deviene dudas en ese sentido, la percepción pasa directamente a la pureza del mensaje. Pero un cuadro como Judía de Tánger, del orientalista francés Charles Landelle, precisa ahora ejercer el sentimiento intuitivo más estético para alcanzar a transitar por el puente indestructible de la mediación y no del fin de los sentidos. La belleza aquí es un medio extraordinario ahora para vincular formas con mensaje, sentidos con realidad, pero, a la vez, maneras o gestos o accesorios con vida, misterio, pasión o irrealidad. Hay que enseñar más en el Arte clásico que en el Moderno o Abstracto. Porque lo inmediato no es el substrato del Arte, y ese engaño sutil de la belleza en el Arte clásico produce confusiones o descréditos que es preciso dilucidar bien para poder comprenderlo. Cuando observamos a la joven judía retratada por Landelle no es la representación de su bello perfil lo que el Arte nos transmite, aunque sea éste el utilizado aquí para llegar a aquello que desconocemos del cuadro. Entonces la belleza se nos convierte en aquel aliado del sentimiento, y para hacer esto hay que dejar de percibir la inmediatez de las formas para obtener ahora una especie de sentido mediado que nos lleve a desgranar las relaciones estéticas convencionales y consiga así, finalmente, alcanzar con la nueva percepción sentida la pureza. 
La pureza no en una forma de virtud ética o formal sino en una percepción distinta, clarificadora, en una captación mental ahora separada de añadidos prejuiciosos o contaminados por una materia representada aquí con referentes del todo inservibles para aprehenderla. Porque la intención estética final del Arte, aunque sea del más bello clásico, o precisamente éste más que otro, es conseguir abarcar una emoción transmitida para hacer con ella una forma de mensaje sutil que lleve al que lo perciba a tratar de comprenderse más a sí mismo y al mundo. La interpretación en cada caso, en cada obra de Arte vinculadora, será más acertada o no, esto no es lo importante, pero sí será más sentida o no, y esto sí es ahora lo importante porque el sentimiento y su emoción estética serán la única realidad apercibida que tenga sentido en una representación artística de belleza. Pero de una belleza que ahora no es más que una excusa, que una mediación, que una formalización de proporciones que busca ahora un atajo en el sentimiento para, así, llegar mejor a la pureza. Cuando el pintor francés David se decidiera a pintar un retrato de Napoleón en la cumbre de su éxito político, le pidió al primer cónsul entonces de Francia que posase para él. Pero Napoleón se negaría a posar para nadie, y menos para un cuadro. El pintor Jacques Louis David, el mejor pintor neoclásico de Francia, le insistió. ¿Posar?, ¿para qué?, le contestó Napoleón, ¿Cree que los grandes hombres de la Antigüedad de quienes tenemos imágenes posaron? A lo que le interpuso el pintor, perspicaz: Pero Ciudadano Primer Cónsul, le pinto para su siglo, para los hombres que le conocen y le han visto, ellos querrán encontrar una semejanza. Entonces Napoleón, sin dudar, le dijo al pintor: ¿Semejanza? No es la exactitud de los rasgos, una verruga en la nariz, lo que da semejanza. Es el carácter el que dicta lo que debe pintarse... Nadie sabe si los retratos de los grandes hombres se les parece, basta que sus genios vivan allí.  Sin querer, el que años después alcanzara a ser gran emperador de Francia, acabaría pronosticando así una teoría del Arte que tendría que ver con la belleza, con los sentidos y con su fin más último...
(Óleo Judía de Tanger, 1874, del pintor orientalista francés Charles Landelle, Museo de Bellas Artes de Reims, Francia; Lienzo Napoleón cruzando los Alpes, 1802, del pintor neoclásico Jacques-Louis David, Museo del Palacio de Versalles, Francia.) 

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