A mi amigo Miguel Cobo, registrador riográfico
Yo siempre quise ser Tom Sawyer. No a tiempo completo. Tampoco con frecuencia. Mi Tom Sawyer sería de árbol y de verano, de juego y de río. Uno va olvidando estas frivolidades del alma lúdica y las va sustituyendo inconscientemente por asuntos serios, por obras mayores, por todo lo que nos dijeron que era útil para hacerse una criatura de provecho. Nada de eso que se nos ha contado está en el momento en que te zambulles. Ni en lo profundo del río, en el silencio turbio del agua. Se va adquiriendo conforme te vas alejando del río. Donde no hay juegos. En los templos de la cordura. Este es uno de esos templos paganos a los que la memoria regresa en cuanto pueda. Se tienen muchos, se tienen bien guardados. De su registro completo, sin pérdidas, sin que el olvido les saquee una brizna de hermosura y de emoción, depende que en la edad adulta, a pesar de las obligaciones y de todas las máscaras que nos encasquetamos, vivamos felizmente. Cuento con que eso no se consigue, pero el río de Tom Sawyer tutela la posibilidad de que sea cierto.