Aún así me esforcé por complacerle. No tengo las pestañas de hermanísima, y que han heredado las sobrinas, que son largas, oscuras, espesas y gruesas. Las mías son solo largas pero claras y finas. Es una suerte que exista la máscara y, después de años de uso, puedo certificar que algunas hacen milagros. Mi favorita, la máscara extensión de La Roche-Posay, es todo un hallazgo: hipoalergénica, testada en ojos sensibles y guarda una estupenda relación calidad precio. Lo ideal es combinar una máscara densificante con una alargadora, dejando secar entre capa y capa, pero a mí me basta con la que he nombrado.
Lo de abrir las pestañas como alas no depende de la pobre máscara sino que esa función le incumbe al rizador. Tengo uno que venía incluido en un estuche de manicura, regalo de Juteco. Creo que el rizador y las tijeras es lo único que he llegado a usar del susodicho estuche. Me he acostumbrado a llevar las uñas cortas y sin pintar, es lo más práctico para las cirugías, y enseguida noto cuando crecen. Se me ocurrió pintármelas en una ocasión y duraron lo que tardé en regresar de la compra. Me pase el camino con la sensación de llevar yeso pegado en las manos, fue algo incomodísimo, no veía el momento de deshacerme del dichoso esmalte.
Tras la petición de House, ¿qué mejor pretexto?, decidí comprarme un rizador en condiciones. Después de investigar opiniones por internet, opté por el de MAC. Contaba con la ventaja, que también valoré, de que la tienda me pillaba a tiro de piedra. Quizá la distancia al centro de ventas no sea un criterio de calidad al uso, pero es fundamental desde el punto de vista práctico. Me acerqué al Corte Inglés y, en menos de cinco minutos, ya me había hecho con mi rizador en el stand de MAC.
Ya que estaba en el Corte Inglés... ¿Por qué no dar una vuelta para investigar lo ultimísimo de las rebajas y, entre medias, ojear los avances de temporada? Procuraría no picar. Sé que suena contradictorio, acercarse a la tentación con la intención de no caer en ella, pero el caso es que la tentación estaba demasiado cerca y una es débil, tanto que ni siquiera pensé en alejarme.
Recorrí las distintas boutiques, examiné los percheros e incluso me probé un vestido-sudadera. El recuerdo de mi visita al barrio de Salamanca actuó de revulsivo y no compré nada: todo me pareció bastante vulgar, carente de originalidad y de calidad dudosa. Mejor así, en mi armario no hay hueco (aunque sé que las sobrinas se prestarán encantadas a ayudarme a hacer un poco de espacio).
Tenía que ir a la mercería a por unas cintas. Al dejar el abrigo sobre el mostrador, me di cuenta de que no llevaba mi bolsa de MAC. En algún punto había perdido mi rizador no estrenado. ¡Qué catástrofe! Convencida de que había sido en el probador, regresé. No estaba. Hice memoria y me acordé de que había apoyado la bolsa en una repisa para mirar unas camisetas. Sí, seguro que había sido entonces. Me encaminé hacia los estantes y allí solo estaban las camisetas. Pregunté a la dependienta.
- Disculpa, ¿no habrás encontrado una bolsa de MAC?
- Pues sí. La acabo de dejar en Atención al cliente.
- ¡Ufff! Mil gracias.
El Corte Inglés estaba vacío en general, sin embargo descubrí que el público se concentraba en Atención al cliente. Afortunadamente los de la cola fueron muy amables. Les comenté que sólo quería recoger una bolsa olvidada y me dejaron colarme. Mientras esperaba a que terminaran de atender a la señora con la que estaban, me dediqué a escudriñar el terreno en busca de mi rizador. Lo descubrí abandonado sobre una silla. Cuando me atendieron les dije lo que contenía la bolsa y me la devolvieron al instante. Para evitar nuevos desastres, regresé a casa.
Por cierto, mis pestañas no se han transformado en abanicos pero el efecto del rizador es muy bonito.