No sé si alguna vez os he contado la historia de la medusa que se enamoró de una bolsa de plástico que echaron al mar. Un error que le costó caro pues la siguió hasta la playa en donde la medusa quedó en la arena expuesta al sol hasta que su cuerpecillo se licuó convirtiéndose en la nada más absoluta.
Esta triste historia nos lleva a la reflexión de lo poco respetuosos que somos los humanos con el medio ambiente que, a propósito....¿Dónde estará el otro medio?
Hay que seguir unas pequeñas normas o directrices para evitar tan penosa historia. Una de ellas sería no leer ni escuchar una historia parecida. Otra sería tener un poco de miramiento y echar al mar sólo los plásticos de colores. También podemos cagar dentro de la bolsa de plástico para que vaya al fondo y no flote. Aunque bien pensado también serviría poner una piedra.
Son pequeños gestos que nos hacen mejor persona.
Esta historia fue tan cruel en el mar que todos los animales tomaron conciencia de ello y por eso las medusas, los tiburones, las clóchinas o las orcas atacan a las personas. Los delfines, no. Siempre mantuvieron la teoria de que las medusas no usaban lentillas.
Al que no pudo creer la historia y quedó muy afectado es al rape. Por eso se le quedó esa cara.
Las personas somos como las medusas. Muchas son muy bellas pero sólo son agua, seres vacios, transparentes ...
Cuando vayas por la playa al atardecer y te encuentre en la orilla algo inerte y desgraciado, mira si es una medusa y entiérrala. Si es una bolsa de plástico, cage dentro y vuelve a lanzarla al mar con todas tus fuerzas. Que nunca más llore una medusa por un amor idílico.