Le había dicho aquella frase y, de tan increíble que pudiera parecer, activó no se sabe qué mecanismos que lo hizo temblar un poco, estremecerse por todo lo que significaba, reírse desesperadamente, y pensar en el atún (incluso en su aceite y en un trozo de pan blanco por dentro y crujiente por fuera). Este amor le sabía a atún y pan, a merienda en el campo, a un sorbo de cerveza fría y a secarse la boca con la antemanga. Era un amor de búsquedas y encuentros (quizás ya Cortázar lo había escrito hace algunos años, sin conocerlos a ambos y sin saber cuáles habían sido sus circunstancias, “Lo escribió pensando en nosotros”, fue la segunda cosa que se le ocurrió tras aquella declaración, y recordó aquello de “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”) y le pareció más familiar aún.
Le hubiera gustado haber hecho él esa declaración, la que le dijo ella. Pero no fue así, él habló del atún de lata.
Luego pensó que tampoco estaba tan mal haberse declarado con esto, con un trozo de pescado macerado en una grasa, porque, al fin y al cabo, él sentía siempre y más con el estómago, que era, por supuesto, mucho más agradecido que el corazón.
Anuncios