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El Romanticismo fue un desengaño motivado por la falta de sintonía con la autenticidad.

Por Artepoesia
El Romanticismo fue un desengaño motivado por la falta de sintonía con la autenticidad.El Romanticismo fue un desengaño motivado por la falta de sintonía con la autenticidad.
Las experiencias vitales de los humanos se traducirán en sentimientos vívidos de emoción desbordada, pero, sólo aquellas que no lleguen a cubrir del todo las profundas huellas del desencanto serán las que, verdaderamente, reflejen las proferidas hazañas de lo más trágico. Así fue como el Romanticismo se enfrentaría, en el siglo XIX, al exquisito diseño artístico barroco anterior de lo armonioso. Cuando el Barroco quiso mostrar las violentas expresiones naturales de un mundo despiadado, no supo hacerlo mejor que con las calculadas dimensiones más equilibradas de la Belleza. ¿Cómo podría si no representar la vida sin ella? En su obra barroca La caza del hipopótamo y el cocodrilo, Rubens compone la belleza inmarcesible más armoniosa de la vida con la crudeza inmóvil e increíble de una naturaleza feroz. No hay sino un realismo inverosímil en su composición, ese mismo realismo imitativo que expresaría con lirismo artístico brillante la explicación más extraordinaria de un sentido creador. No hay mejor estilo que el Barroco para compaginar la dura vida con la belleza artística. La explicación está en la cosmovisión que el ser humano de entonces tuviera del mundo y sus violencias. A pesar de las calamidades, desgracias y durezas de entonces, el mundo aún no tendría una visión tan radicalmente enfrentada con la forma en la que una expresión artística fuese vista. La armonía era esencial en toda manifestación o creación que tuviese a la vida como muestra. Así, los colores y las formas, así los encuadres y la postura, así los engarces de las figuras con el encuadre magnánimo y la composición más medida. ¿No es la escena dramática barroca una calculada exposición de figuras armoniosas donde la realidad está ahora disociada de las formas? Para el Barroco la realidad es divisible, no son ahora sino formas individuales las que sostienen con belleza toda una composición agrupada tan imposible..., pero, sin embargo, genial ahora, absolutamente genial y muy creíble.
Después de las sensaciones emocionales de un siglo tan descreído, racionalista, cruel y despiadado como fuera el dieciocho, las sangrientas campañas de la Francia revolucionaria y post-revolucionaria habrían destrozado luego para siempre el sentido uniformador de cualquier esencia artística elogiosa. Ya no eran tiempo de armonía irreal ni de calculadas extravagancias compositivas tan geniales. Así que el Romanticismo habría sido un revulsivo emocional que no solo trajese una revolución al alma sino una auténtica transformación creativa del Arte. Para Rubens, sin embargo, la manera en que las formas se adecuaban al encuadre era más una teología compositiva inevitable que un alarde artístico. El mundo en el Barroco no era entendido sino como reflejo de una dicotomía redentora universal. El bien y el mal estaban definidos y nunca podría dudarse de la total victoria de aquél sobre éste. Para los seres humanos del Barroco la desgracia no era más que un accidente pasajero, algo que, sin duda, acabaría tan pronto como la vida fuera transformada luego en una eternidad. Los seres, todos los seres de la Naturaleza, tenían su función redentora. En la pintura de Rubens, las fieras fauces de los salvajes animales no son ahora sino meras comparsas juguetonas que apenas dañan. Todos, animales y hombres, formaban una realidad cósmica adaptada a la propia redención mitológica de su existencia pasajera. No hay sangre ni desgarro, no hay nada en la obra de Rubens que pueda abrumar el sentido universal de una Belleza sempiterna. Es el genio de la fuerza, del carácter, de la personalidad propia de cada elemento por pertenecer a su esencia eterna. Pero, a cambio, no hay definición de ninguna libertad violenta que sacrifique la vida sin motivo ni grandeza. Todo retornará a la vida más tarde o más temprano, y los gestos aguerridos en la obra barroca no serán más que un destino estético buscado para encumbrar la única aspiración generosa de una verdad creída: la Belleza.
Sin embargo, para cuando los hombres del siglo XIX, alarmados por la orfandad de unas sagradas ideas antes poderosas trataran de calmar sus miedos con la razón o la victoria, encontraron en la expresión de la libertad de la violencia la demostración más elogiosa de una autenticidad perdida. Porque ahora la violencia no estaba sujeta a nada, tendría ya la capacidad de responder libremente con las verdaderas garras de su determinación. Así es como la veremos ahora en la romántica obra del pintor Delacroix. En este caso no es la representación de una teología sino más bien la de un agnosticismo lo que pintor expresaría en su obra. Los seres, todos los seres, están ahora sumidos en la más salvaje emoción de su propia violencia tan incierta. La composición artística romántica no es conforme tampoco a ninguna revelación ni a ninguna excusa, moral o física, que pueda ahora definirla. Porque ahora hay sólo lucha aquí, lucha sin consideración, sin matización, sin otra cosa más que ella misma; sin estética ni ética grandiosa incluso, tan solo un enfrentamiento salvaje con el pudor a la verdad como única meta. La maldad es para el Romanticismo aquí la única justificación posible para poder expresar la violencia estética. Sólo hay maldad, a diferencia del Barroco, y para salvarse de ella sólo la lucha es la expresión más veraz, salvífica o poderosa que exista. Las fauces asesinas de los animales salvajes corresponden ahora a la realidad de la propia vida liberada, están hiriendo ellos ahora de verdad, sin fingimiento, sin devoción, sin ternura estética o grandiosa. Para el Romanticismo la Belleza ya no es una excusa poderosa, existe ahora en sus obras tan solo para ser, no para estar ni para demostrar u ofrecer otra cosa que no sea la propia vida peligrosa. Es por esto que la libertad aquí no estará sujeta a otra cosa que a la vida, a la más azarosa, violenta y tenebrosa. La verdad no puede desligarse ya de la belleza como la belleza no puede desligarse de la autenticidad. Para salvarse no hay más redención posible que la fuerza indeterminada de la vida auténtica. La Belleza, con el Romanticismo, cedería entonces el paso a la autenticidad. Porque no era posible entonces la autenticidad si para ello la Belleza, como en el Barroco, triunfaba poderosa ante la realidad incierta. En los albores de la sociedad derrotista, industrializada y laica que los años siguientes llevaron a prosperar, ambos estilos artísticos -el Romanticismo y el Barroco- serían ya definitivamente olvidados para siempre. En un caso porque la realidad no era semejante a la belleza, pero, en el otro, porque la autenticidad no llevaría nunca a elogiar ninguna parte más que otra. Para cuando la libertad fingida representada llevara luego a privilegiar una parte sobre otra, el mundo entraría entonces en un enfrentamiento estético tan desgarrado y melancólico como para no poder ofrecer ya ningún pudor ni emoción ni belleza.
(Óleo romántico La caza del León, 1855, del pintor francés Eugène Delacroix, Museo de Bellas Artes de Estocolmo; Lienzo barroco La caza del hipopótamo y el cocodrilo, 1615, del pintor Rubens, Pinacoteca Antigua de Munich.)

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