El rosa es de niñas

Por Mamaenalemania

Que los niños no son como una hoja en blanco lo sabe cualquiera que los tiene. Nos guste más o menos, de ahí salen sin barra de pan pero con las ideas muy claras.

Se supone que como padres tenemos que respetarlas y enseñarles a vivir en sociedad respetando las de los demás. Nuestra labor consistiría más en guiar y acompañar que en imponer o manipular. Tralalá.

De nuevo, cualquiera que tenga hijos sabe que esta teoría taaaan bonita tiene un montón de excepciones.

Un buen día tú estás, por ejemplo, en Zara probándote una camiseta y por la esquina del probador aparece tu hijo con el vestido más choni de la cuidad. Para ti, porque es muy bonito. Y "tá lleno de estrellaz" (a.k.a. brilli brilli súperchoni). Es en ese momento en el que te das cuenta de que 1. tu hijo no vale para poeta y 2. las posibilidades de tener a una Norma Duval de nueva generación como nuera son más grandes de lo que pensabas.

Y decides pasarte la teoría por el forro y manipular con pretensión y alevosía.

Durante una temporada funciona. Parece que tu hijo va aprendiendo qué música sí, cuál no, qué libros sí, qué ropa mola y le sienta bien y cuál no entrará nunca en casa.

Todo iba bien hasta que un día dijo que ese polo rosa chicle que tan bien le sienta morenito no se lo pone ni de koñen, “porque el rosa es de niñas y se ríen de mí en la guardería.” Vaya. Y son las 8 de la mañana, llegas tarde al médico del mediano, no hay más camisetas limpias y mucho menos tiempo para dialogar. Se te ocurre un idea (¿brillante?) en el último momento, sacas el portátil como ultraexcepción y le pones unos vídeos durante el desayuno, para que vea que los chicos también llevan rosa. Funciona: el niño se va tan contento y orgulloso de su polo rosa chicle a la guardería.

Unos días después, cuando te empiezas a dar cuenta de que la idea puede que no haya sido tan tan brillante (ahora el niño sólo quiere el polo rosa de las narices), te lo confirma la educadora de la guardería, que quiere hablar unos minutos contigo sobre el nuevo juego español que ha desbancado a los Power Ranger en el patio. ¿Qué juego? Pues ese de las bandillas y el togo, que tiene a los niños como locos pitando palos de rosa y con mucha purpurina y correteando alegremente por el jardín. Ahora dicen que el rosa es de chicos.

Tú te vas quedando blanca según atisbas el verdadero significado de bandilla y togo, al mismo tiempo que te admiras de que tu hijo facilite la tarea a los teutones y les enseñe banderilla y toro con acento alemán directamente. Ideas de la abuela, explicas que tú tampoco sabes muy bien de qué va la cosa. Esa noche escondes el polo rosa.

Ahora llevo toda la semana santa pensando con tranquilidad (ha quedado claro que las prisas no son buenas compañeras) en cómo convencer al niño de que los pantalones tiroleses de cuero molan aunque su amiga Lara le haya dicho que no le gustan. Que sean lo más cómodo, lo menos sucio y lo único resistente a su frenética actividad al aire libre no le convence. Que fuesen de su padre cuando era pequeño y su padre el más guay y el más guapo del lugar, tampoco. Ponerle vídeos de bailes regionales conseguiría (seguro) el efecto contrario al deseado. Lo único que se me ocurre es hablarle de los Ángeles del Infierno, pero creo que los Power Ranger son más adecuados para su edad (y más seguros para su permanencia en la guardería). Sigo pensando…